lunes, 15 de septiembre de 2008

NO QUEDA MÁS RECURSO QUE IR A COGER GACHUPINES




"...y así lo manifestó diciendo con voz fuerte y un tanto alterada: -Pues bien, señor cura, echémosle el lazo, seguros de que ningún poder humano podrá quitárseles. -Sí, exclamo Hidalgo con entero acento, lo he pensado bien, y veo que estamos perdidos y que no queda más recurso que ir a coger gachupines. Entonces Aldama le dijo: -Señor, ¿qué va usted a hacer? por amor de Dios, vea usted lo que hace.- Estas y las palabras que ya había pronunciado Hidalgo y Allende las oyeron también don Mariano Hidalgo, hermano de don Miguel, don José Santos Villa, el padre Balleza, otros ocho hombres armados, sirviente de Hidalgo casi todos, y un vecino de Dolores llamado Martínez, á quienes el cura había mandado que entrasen en su cuarto apenas hubieron acabado de participarle Allende y Aldama las nuevas de que fue portador el segundo.
Resuelto ya á proclamar la independencia, Hidalgo no respondió a la tímida insinuación de Aldama. En estos momentos entró el cochero del cura diciendo que Herrera, un individuo á quien aquél había mandado llamar, se excusaba de asistir pretextando enfermedad. Airado entonces Hidalgo ordenó a dos de los hombres armados que allí estaban que fueran por él, conduciéndole de grado o por fuerza, cuyo mandato fue obedecido en el acto y a poco aparecieron los ejecutores de él con Herrera. Levantáronse todos precedidos de Hidalgo, de Allende y de Aldama, salieron del curato protegidos por las últimas sombras de la noche, que no tardarían en disiparse, y se dirigieron desde luego a la cárcel para dar libertad a los presos y engrosar con ellos el pequeñísimo grupo de los insurrectos, haciendo que el alcaide mismo, después de alguna resistencia, abriese la puerta de la prisión. Armados los presos con las lanzas que repartió Hidalgo entre ellos, la fuerza reunida en aquellos momentos ascendió á ochenta hombres que acabaron de armarse con las espadas del regimiento de la Reina depositadas en el cuartel de Dolores y cuya puerta franqueó el sargento Martínez, quien también reunió algunos soldados del mismo cuerpo. Allende y Aldama se dirigieron á la casa del subdelegado Rincón y le prendieron, lo mismo que al colector de diezmos Cortina, que como hemos dicho, se hospedaba en la habitación del subdelegado. A continuación, los insurrectos todos se ocuparon de aprehender á los españoles avencidados en el pueblo, lo que hicieron sin estrépito, y sin hallar resistencia en ninguno de ellos, pues no teniendo noticia del movimiento que acababa de efectuarse, no tuvieorn tiempo de apercibirse y fueron facilmente sorprendidos en sus casas. Solamente el español Larrinua recibió una herida grave al ser apresado, herida que le infrigió un tal Exija en venganza de que por causa ó queja del primero había estado poco antes en la cárcel.
Eran las cinco de la mañana del memorable 16 de setiembre de 1810, cuando Hidalgo, a la cabeza del ya considerable grupo de insurrectos, desembocó en el atrio de la iglesia.
El sol teñía vigorosamente la región oriental y sus primeros reflejos doraban las enhiestas cimas de las torres de Dolores; repicaban alegremente las campanas de la parroquia llamando a la misa del domingo, recurso que tuvo presente Hidalgo para convocar a sus feligreses, y una muchedumbre que del pueblo mismo y de las rancherías inmediatas habían acudido por ese motivo, ocupaba gran parte del atrio. El cura arengo entonces á la multitud diciendo que el movimiento que acababa de estallar tenía por objeto derribar el mal gobierno, quitando del poder a los españoles que trataban de entregar el reino a los franceses; que con la ayuda de todos los mexicanos la opresión vendría por tierra; que en lo de adelante no pagarían ningun tributo, y que á todo el que se alistase en sus filas llevando consigo armas y caballo pagaría él un peso diario, y la mitad al que se presentara a pie. Muchos de los que ahí estaban se apresuraron á confundirse con los insurrectos, y de aquella compacta muchedumbre salieron robustos los gritos de ¡Viva la independencia! ¡viva la América! ¡muera el gobierno! que fueron el preludio de los que mil y mil veces atronarían los campos de batalla durante once años de pavorosa contienda.
Así se proclamó la independencia de México. Los nombres de Hidalgo, de Allende y de los caudillos que desde aquel momento se ofrecieron en holocausto por la patria, los ha honrado la patria como á los de sus hijos más ilustres. Estos nombres han sido invocados por México siempre que ha visto amenazada de muerte su independencia; en medio de grandes calamidades públicas la memoria de sus primeros héroes ha fortalecido la fe de los mexicanos en los grandes destinos nacionales; y todos los años una fiesta patriótica que se celebra en el ámbito anchuroso de la república, desde las ciudades opulentas hasta los humildes caseríos perdidos en las quiebras de sus montañas, une las voluntades en una sola aspiración, acrece el fecundo amor á la patria, y mantiene vivo en los pechos de todos sus hijos el recuerdo imperecedero del 16 de setiembre de 1810"
* MÉXICO a través de los siglos, tomo V, págs. 101 a 103. Publicada bajo la dirección de D. Vicente Riva Palacio. Editorial Cumbre, México,Vigésimo Tercera Edición, segunda reimpresión: abril MCMLXXXVIII

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