miércoles, 17 de septiembre de 2008

NOSTALGIAS DEL PUEBLO: El Grito, desde lejos

El Grito, desde lejos

Rubén Calatayud

Pera Grandes Montañas
México 17 de septiembre, 2008

Han pasado los días patrios, el 15 y el 16 de este septiembre, donde “los gritos” se escucharon antes al pagar los comestibles en la tienda y al subirse a los autobuses.
Lastimado en sus bolsillos, el pueblo mexicano arremete contra sus falsos redentores pero respeta a la Patria que todavía nos cobija y nos da de comer.
Las fechas han servido para restañar heridas, para sentir y querer a la nación que nos vio nacer, que nos ofreció el Registro Civil, el bautismo, la educación gratuita desde el kinder hasta la profesional, que nos regaló las vacunas, que cuidó nuestra salud, que nos dio trabajo, pan, matrimonio y que nos verá morir. Si no placentera, la vida en general ha sido pasadera, en ambiente de paz que ya quisieran Irak o Afganistan.
Las celebraciones de los días patrios han tenido sus variantes pero a la postre todo ha sido de lo mismo: la ceremonia en medio de una lluvia pertinaz y molesta, la noche libre, los tequilas de rigor, la euforia y, desde luego, las luces artificiales (hoy con la licencia del Ejército Nacional) y el recuerdo fugaz de la breve salida del alcalde para recordar a “los héroes que nos dieron Patria”, como lo señaló por primera vez don Adolfo López Mateos.
De tantas y tantas ceremonias recuerdo vivamente aquel 15 de septiembre de 1951 en el Paso, Tejas, donde fuimos concentrados dos mil braceros en el Condado.
Lo que hace la frontera, ahi nada más, al otro lado del río Bravo, en Ciudad Juárez y nosotros podíamos ver, a lo lejos, el cielo iluminado y los fuegos de artificio, lo que nos entristecía por no haber podido estar allá.
Del lado americano el 15 no había pasado inadvertido, un baile se celebró cerca de nuestros aposentos; la invitación no era para los mexicanos... ni para los blancos que desairaban una fiesta que no era de su país, sino para los negros que abarrotaron el salón, previos los tragos de licor antes de entrar.
Un día antes, al cruzar la frontera, el país vecino nos recibió con una rociada de polvo “para matar los piojos”, pues a juicio de los celadores gringos todos los mexicanos éramos mugrosos y llenos de bichos. El día 16, después de las dos de la tarde, nos subieron a unos camiones de carga y, como ganado, nos transportaron hasta un pueblo al que arribamos después de las once de la noche. Al bajar, leímos este letrero: Wellcome to Pecos. Entonces sí sentimos que nuestro México lindo y querido estaba muy lejos de allí.

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