ALAI, América Latina en Movimiento
2008-08-13
1968: 100 días que conmovieron
1968: 100 días que conmovieron
Antonio Mora
Cierto que el número de días al que alude el título es establecido de manera arbitraria, tan sólo es un recurso literario. En realidad el propósito del encabezado es destacar que la relevancia para la historia contemporánea de nuestro país del año 1968 no se restringe al 2 de octubre. La significación de dicho año reside en el contenido social de las movilizaciones, las enriquecedoras experiencias organizativas y la conformación ideológica que guiaron al movimiento estudiantil-popular.
Para efectos analíticos le fijaré los siguientes límites a dicho período: se abre el lunes 22 de julio cuando porros de las vocacionales 2 y 5 del IPN se enfrentan con estudiantes de la Preparatoria particular Isaac Ochotorena; y se cierra el jueves 5 de diciembre, cuando el Consejo Nacional de Huelga (CNH) decide disolverse para pasar a “otro período de movilización y organización estudiantiles, que pase por un reagrupamiento de fuerzas” (El Manifiesto a la Nación: 2 de octubre), esta vez centrando su actividad al interior de las distintas escuelas y facultades de educación media y superior a través de los Comités de Lucha.
“El presente es de lucha, el futuro es nuestro” habría entonces de ser el lema que orientó la actividad de estas instancias organizativas que funcionaron hasta mediados de la década de los años 70. Sacando cuentas en realidad hablamos de poco más de 130 días que cambiaron el rumbo del país, constituyeron algunas de las jornadas más relevantes del México contemporáneo y nos legaron lecciones de valentía, congruencia, imaginación y altura moral que hicieron de la generación del 68 acaso la más valiosa desde la generación juarista de la Reforma.
No es exagerado afirmar que dicho período es el hecho histórico más importante de la segunda mitad del siglo XX para México. La vida social, política y por encima de las anteriores, la dimensión cultural de nuestro país se modificó para siempre. En adelante el pueblo mexicano pero sobretodo sus estudiantes, sus jóvenes y los universitarios en general nunca más serían un sector sumiso, callado ni mala copia de adultos decimonónicos. Los rebeldes estudiantes en el ya mítico 68 mandaron al basurero de la historia al “sí señor”, lo que “usted diga” y la ridícula vestimenta de César Costa y su pandilla de ñoños bien portados.
Para fortuna nuestra es basta y diversa la producción de ensayos, libros y artículos que abordan dicho período El presente ensayo no aporta nada nuevo al respecto, anhela sí una recuperación histórica de estos casi 5 meses que conmovieron a México, bajo una óptica valorativa: recuperación de enseñanzas sociales; destacar las múltiples lecciones organizativas; ordenamiento de su contenido libertario y revolucionario; y la sistematización de su orientación creativa, gozosa, utópica y colectiva.
El movimiento estudiantil-popular del 68 es más, bastante más que la trágica matanza genocida del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. Por encima de todo es una lección ética de valor colectivo, de aliento rebelde, de imaginación organizativa, de reto para el presente. Si ellos sembraron el “presente de lucha” a nosotros nos corresponde construir “el futuro” que ellos anhelaron. No más pero tampoco menos.
Inicios
Para ser precisos es el 6 de febrero de 1968 cuando es oportuno datar la génesis de dicho período, en esta fecha diversos contingentes estudiantiles realizan una marcha por la ruta de la libertad, organizada por la Confederación Nacional de Estudiantes Democráticos (CNED). El “heroico” ejército mexicano se cubre de gloria disolviendo a culatazos dicha manifestación.
Regresemos a nuestra fecha inicial: el 22 de julio cuando porros de la vocacional 2 y 5 del IPN se enfrentan en la Ciudadela con alumnos de la Preparatoria particular Isaac Ochoterena; el edificio de dicha escuela sufre daños menores. El origen del conflicto es confuso se habla que los causantes fueron las pandillas de los ciudadelos y los arañas. Al día siguiente el 23 hay una batalla campal en la que 300 granaderos agreden a estudiantes de las citadas vocacionales, tres horas dura el desigual enfrentamiento. El día 26 de julio se celebran dos actos públicos: uno organizado por la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos (FNET) para protestar por la violencia de los granaderos, el otro convocado por distintas fuerzas de izquierda para celebrar el aniversario de la Revolución Cubana. Al día siguiente es allanada la oficina del Partido Comunista y aprehendidos varios de sus militantes. El día 29 los estudiantes de la Preparatoria 7 de la UNAM bloquean la avenida de La Viga y secuestran a dos policías; en la zona de Nonoalco-Tlatelolco estudiantes de la voca 7 capturan camiones y bloquean avenidas; ese mismo día la Prepa 1 acuerda hacer un paro indefinido en solidaridad contra la violencia desmedida de los granaderos, igual postura asumen las vocacionales 2, 4 y 7. El 30 de julio los granaderos derriban de un bazucazo la puerta de la Preparatoria 1 de San Ildefonso, obra maestra del arte barroco, son heridos más de 400 estudiantes de las vocas 2 y 5 y alrededor de 1000 son detenidos. El 1 de agosto el rector de la UNAM, Javier Barros Sierra encabeza una manifestación de duelo por los estudiantes que para entonces ya habían sido asesinados y por la violación a la autonomía universitaria.
El jueves 8 de agosto en el auditorio Che Guevara de la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM se forma el Consejo Nacional de Huelga (CNH) con delegados de las escuelas y facultades de la UNAM, el IPN, las Normales, la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo, el Colegio de México, la Universidad Iberoamericana, la Universidad Lasalle y varias universidades de provincia. El CNH da a conocer su Pliego Petitorio de los seis puntos; el 13 de agosto se realiza la primera manifestación al Zócalo en la que participan alrededor de 200 mil personas.
Para el 27 de agosto el movimiento se encuentra en su cenit, ese día se realiza una gran manifestación con alrededor de 600 mil personas, quienes marchan desde el Museo de Antropología hacia el Zócalo (consideremos que 600 mil personas en el México de 1968 equivaldrían a 1 millón 600 mil personas en el 2008). El resto es historia…
El presente apartado tan sólo establece que el origen del movimiento fue eminentemente defensivo, de resistencia ante la brutalidad policíaca y el desmedido uso de la fuerza pública en contra de los estudiantes por parte del autoritario sistema político del PRI-Gobierno ¿Cuál conjura comunista internacional para desestabilizar al régimen y frustrar los Juegos Olímpicos?
Referentes históricos
Un cúmulo de sucesos fueron despertando la conciencia social de la pujante clase media: en 1962 el frívolo Presidente López Mateos manda matar al dirigente campesino del estado de Morelos, Rubén Jaramillo, quien es asesinado junto con toda su familia por una gavilla de matones a sueldo; el 23 de septiembre de 1965 un grupo de nobles patriotas encabezados por el prof. Arturo Gámiz García asaltan el cuartel Madera en Chihuahua, inaugurando con este hecho la conformación de agrupamientos guerrilleros; entre 1967 y principios de 1968 en el Estado de Guerrero son fundados el Partido de los Pobres, al mando del prof. Lucio Cabañas Barrientos y la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR), encabezada por el prof. Genaro Vázquez Rojas. A todo lo anterior es pertinente agregar que en el plano de las ideas y el debate ideológico, apenas algunos años atrás el escritor José Revueltas había cimbrado los paradigmas de la entonces ortodoxa izquierda mexicana con su célebre Ensayo sobre un proletariado sin cabeza.
Comparto –en su sentido fenomenológico- la afirmación de diversos autores quienes bautizan al movimiento estudiantil-popular como la cruda de la clase media sesentera. Para decirlo en correcto castellano dicho movimiento expresa a cabalidad el estrepitoso final del desarrollo estabilizador alemanista, es decir, el fracaso del llamado “milagro mexicano”. Período que si bien arrojó resultados favorables en el plano del crecimiento económico (crecimientos anuales promedio del PIB del 6.5% durante las décadas del 50 y 60), éste se cimentó socavando al agro nacional, minando el carácter nacionalista del estado de bienestar, abriendo las puertas al capital privado en sectores estratégicos generando mayor dependencia hacia la economía gringa y en los hechos abandonando los postulados del período revolucionario que va de 1910 a 1917. El discurso priísta de la “revolución mexicana” llegaba a su fin.
El acelerado proceso de urbanización del país se asentó en un proyecto depredador de nuestros recursos naturales; en el virtual abandono del sector secundario de la economía, privilegiando a la obra pública beneficiaria de contratistas particulares; expandiendo y fortaleciendo al charrismo sindical corporativo; además de ir disminuyendo las garantías individuales de la ciudadanía, los derechos laborales de los trabajadores y aumentando los niveles de represión en contra de cualquier expresión de descontento popular.
Recordemos que una de las demandas centrales desde el inicio de las movilizaciones es la libertad de los presos políticos, mismos que se venían hacinando en las crujías de Lecumberri desde finales de los 50, como resultado de la brutal represión oficial en contra de las movilizaciones de: los ferrocarrileros, los maestros, los trabajadores de la salud, los asalariados de la administración pública, los trabajadores administrativos y académicos de diversas universidades del interior del país, así como de los luchadores sociales de las organizaciones y los partidos de izquierda.
Si bien es cierto que la clase media se había visto favorecida en su expansión demográfica y que el acceso al nivel de educación superior constituía una vía de ascenso social, estos efectos llegaron a su término a mediados de la década del 60. Como diría en 1970 con música el mismísimo Lennon… el sueño ha terminado .
Entorno internacional
Sumado a lo anterior es pertinente revisar el entorno internacional de la convulsa década del 60. En 1963 el criminal gobierno de los EE.UU. invade la República Dominicana; en 1964 da inicio el período de contrainsurgencia en América Latina con un golpe de estado en Brasil, abriendo así el nefasto período de dictaduras militares en prácticamente todo el centro y sur del continente americano; en abril de 1968 muere asesinado el reverendo Martin Luther King, líder del Movimiento por los Derechos Civiles en favor de los afroamericanos en el corazón mismo de imperialismo yanqui. En el campo socialista se recrudece la pugna Chino-Soviética; genera gran controversia la llamada Revolución Cultural en la China comunista de Mao Tse Tung; y genera enorme descontento mundial la invasión soviética a Checoslovaquia en 1968.
En el lapso nodal de la “guerra fría” (confrontación entre la URSS y los EE.UU.) el mundo vivía con esperanza el ascenso de las luchas de liberación nacional; las revoluciones anticoloniales en África y Asia; la resistencia interna en los EE.UU. en contra de la invasión a Viet Nam y contra la segregación racial; la llamada lucha generacional, la aparición visible de minorías gregarias –destacadamente el feminismo- y la conformación del fenómeno contracultural en el hemisferio occidental.
En particular para México el triunfo de la Revolución cubana representa un sólido impulso para las aspiraciones libertarias que para entonces ya se gestaban. Rememoremos que es en nuestro país en donde se reorganiza el núcleo dirigente que habrá de zarpar de las costas de Veracruz, para triunfar 3 años después al entrar a La Habana los barbudos encabezados por el Cmdte. Fidel Castro.
Mención especial merece el aporte humanista, filosófico y ético que Ernesto Guevara de la Serna hizo a la conformación de las izquierdas en Latinoamérica, para revitalizar la utopía socialista y reconocer lo que el Che bautizó como la construcción del hombre nuevo. Tan sólo unos meses atrás el Che había sido asesinado en su incursión al oriente boliviano y ya para entonces su figura constituía el emblema más paradigmático de la rebeldía juvenil en todo el continente.
Conviene destacar estas dos últimas variables del entorno internacional, ya que para el caso mexicano son más cercanos que las revueltas estudiantiles que ese mismo año se escenificaron en todo el hemisferio occidental, en particular el llamado mayo francés. Si bien es cierto que el ideario socialista en el mundo era un referente obligado en aquellos años, como el más estructurado y sólido pensamiento crítico opuesto al capitalismo, me aventuro al afirmar que las magnas movilizaciones sociales en el mundo, mayoritariamente postulaban un sentido revolucionario y de utopía libertaria más cercana a la psicodélica “paz y amor” hippie que a la ortodoxa “dictadura del proletariado” del marxismo-leninismo.
Algunas lecciones
Además de actualizar la memoria histórica –tan descuidada en la actualidad- resulta menester ir más allá de una revisión nostálgica, para aproximarnos a una recuperación valorativa que nos permita subrayar algunas lecciones, rasgos distintivos e interpretación analítica del significado histórico del movimiento estudiantil-popular de 1968 en México. A falta de espacio me concentro en 5 lecciones:
El papel del IPN. Como ya vimos líneas atrás, es en las escuelas del Politécnico en donde se inicia el movimiento. A lo largo de dicho período se distingue por su combatividad y disposición en todas las movilizaciones; es en el IPN en donde el ejército va a enfrentar la más férrea defensa para su ocupación, más de 12 hrs. les tomó ocupar sus instalaciones. La composición social de sus estudiantes (hijos de obreros y trabajadores de la construcción) y la zona popular-fabril en que se ubican sus instalaciones, en gran medida dieron este perfil al poli. Combatir y defenderse de las arbitrariedades oficiales, para los estudiantes politécnicos era desde antes cosa de todos los días. Era comentario generalizado entre los brigadistas externar: “en cuanto veía algún camión del poli me sabía protegido”.
Participación de las Vocacionales y las Preparatorias. Contrastando con las movilizaciones posteriores, en 1968 la decidida participación de los estudiantes de las vocas y las prepas fue altamente significativa tanto por su cobertura como por su combatividad. Acaso una aventurada hipótesis formulada a la distancia es que justo los más jóvenes estudiantes personificaron con mayor firmeza la ruptura generacional con sus padres, las aspiraciones rebeldes y su legítimo derecho para ser escuchados en una sociedad que insistía en darles un trato de adultos chiquitos y los confinaba al rincón de la habitación familiar o para ser meros repetidores del discurso conservador de sus progenitores.
Los jóvenes adolescentes en la década del 60 ya no se resignaron con estudiar la carrera que sus antecesores tenían predestinados para ellos. La voz de las vocas y las prepas se escuchó fuerte, tanto al interior de los mochos hogares católicos como en el espacio de una sociedad capitalina más informada, con mayor rango de instrucción escolar y cuestionadora del statu quo.
Vinculación popular. El desordenado proceso de urbanización-modernización generó la multiplicación de asentamientos irregulares, colonias populares y zonas semi-rurales en las inmediaciones de la capital. De pronto, el D.F. se pobló con una numerosa migración en busca de ingresos y generó fenómenos en los ámbitos de: la vivienda, el comercio ambulante, la dotación de servicios y la composición social-demográfica; que hizo visible la pobreza, la marginación, la desigualdad social, la discriminación racial y la superexplotación.
El poder autoritario priísta se esforzaba por mantener a la pujante clase media de las colonias Del Valle, Coyoacán y similares, encerrada en una idílica cápsula rosa, alejada de la conflictiva clase trabajadora y sus incómodas demandas de “justicia social”, “democracia” y “derechos laborales”. 1968 rompió con el reaccionario “orden y progreso”. Los estudiantes no sólo voltearon los ojos hacia el resto de la sociedad, en los hechos materializaron la vinculación con los sectores populares al acercarse primero, a la comprensión de esta realidad social y después desde el conocimiento directo de sus condiciones materiales.
Desde las escuelas y facultades se organizaron brigadas con estudiantes de Medicina, Leyes, Ingeniería, Veterinaria, Odontología y prácticamente todas las disciplinas, quienes asistían a las colonias proletarias y aún a comunidades rurales cercanas al Valle de México. Mención especial merece el trabajo de asistencia técnica, extensionismo y apoyo solidario establecido con la comunidad de Topilejo en la carretera hacia Cuernavaca.
La naturaleza misma de los 6 puntos del Pliego Petitorio dan cuenta de la intencionalidad del movimiento estudiantil: vincularse, articularse y generar una gran movilización estudiantil-popular que abriese espacios reales de democracia, que detuviese la creciente represión institucionalizada desde el Poder y castigo a los responsables de los crímenes perpetrados desde el Gobierno, en complicidad con los poderes Legislativo y Judicial; así como respeto al espíritu original de la Constitución. En particular, los estudiantes demandaban la abrogación de los artículos 145 y 145 bis del Código Penal (delito de disolución social), por ser violatorio de los artículos 6°, 7°, 9° y 14° de la Constitución, además de impedir el pleno ejercicio de la soberanía del pueblo consagrada en el artículo 39 de la Carta Magna.
La orientación no sólo gremial sino también generacional. Hasta antes de la década de los 60 no existía como tal la categoría sociológica denominada “juventud”. Los jóvenes pasaban de la adolescencia hacia la edad adulta, ya sea por la vía de su incorporación a la fuerza laboral, en el caso de los sectores populares, o transitando del hogar familiar hacia el altar, pasando por las aulas universitarias en el caso de la clase media y alta. Los jóvenes vestían como pequeños adultos, escuchaban la música de sus padres y tarde que temprano reproducían su esquema de valores, de costumbres y sus ritos sociales. De más está decir que heredaban la religión como se lega el color de la piel, el tipo de sangre y la composición genética. “De tal palo tal astilla” decían las abnegadas abuelitas del cine nacional, para consolidar la inevitabilidad de tal certidumbre.
La construcción de una contracultura generacional que diese voz propia a este rango de edad, motivó los cambios de convivencia humana más radicales de la segunda mitad de Siglo XX. En 1968 los estudiantes no sólo lucharon por mejoras en sus condiciones sectoriales, también y acaso por encima de todo, para hacerse escuchar, adquirir un rostro identatario y un espacio en la construcción cotidiana de la historia nacional.
En buena medida este fenómeno permite explicar la inédita alianza que se dio entre las universidades públicas y sus homólogas privadas. Codo a codo, voz con voz y conviviendo en las calles los estudiantes de la UNAM y el Poli compartiendo aspiraciones con sus colegas de la Ibero y La Salle. Algo que hoy parecería una anécdota de ciencia ficción posmoderna.
Formas de lucha y organización. Si alguna variable pone en evidencia los niveles de conciencia social y el alejamiento de la enajenación ideológica, son las formas de lucha y organización que adquiere el espontáneo descontento popular. Es en la dimensión organizativa en donde se obtiene: permanencia y continuidad, disposición de lucha colectiva, direccionalidad estratégica, intencionalidad social y definición conceptual. “Nuestras formas de lucha y organización –dice Antonio Gramsci- prefiguran el tipo de sociedad que anhelamos construir”. El voluntarismo y el prejuicio a todo tipo de organización tan sólo esconden la falta de compromiso y la carencia de responsabilidad social.
Si alguna lección de enorme valor comunitario arroja el movimiento estudiantil-popular de 1968, son sus imaginativas formas de lucha y las creativas instancias organizativas. Ninguna de las movilizaciones estudiantiles internacionales del 68 tuvo tan alto nivel organizativo y de tal calidad creativa,
como lo tuvo el mexicano, incluyendo el mayo francés (en Paris todos los estudiantes, profesores, intelectuales y algunos dirigentes obreros confluían en una asamblea semanal en la que entre todos acordaban las acciones y discutían en sesiones maratónicas, desde los discursos existenciales del maestro Sartre hasta el color del volante de la siguiente semana).
Desde los primeros días el movimiento estudiantil-popular mexicano tuvo un Programa único y una dirección colectiva, aceptados ambos de manera unánime. El Consejo Nacional de Huelga (CNH) estuvo conformado al inicio por 210 alumnos regulares, tres por cada escuela o facultad (70 en total), democráticamente elegidos en las asambleas. En cada escuela o facultad se constituyó un Comité de Lucha, instancia local de coordinación de las tareas establecidas, para las que se crean a su vez comisiones: elaboración de alimentos, prensa y propaganda, círculos de estudio, guardias, comunicación interna, seguridad, vinculación con sectores populares y actualización académica.
Así las iniciativas surgen en la deliberación de las asambleas, son llevadas al CNH éste las socializa en sus sesiones y las regresa a las escuelas en forma de directrices generales. Los delegados estudiantiles al CNH no son propiamente dirigentes sino representantes del impulso, la creatividad y las propuestas de sus representados. Nada se aprueba en el CNH sin antes ser analizado, debatido y aprobado en forma democrática por las asambleas. A lo anterior se sumó la Coalición de Profesores de Enseñanza Media y Superior pro-Libertades Democráticas.
Mención especial merece la forma de lucha y organización que constituyó con mucho el alma de la movilización: las brigadas. Las brigadas estudiantiles son formas organizativas de lucha conformadas por no más de 5 ó 6 personas que recorrieron toda la ciudad haciendo: pintas, pegas, mítines relámpago, escenificaciones y volanteo; en los camiones, en los mercados, en las escuelas de educación básica, en la entrada de las iglesias, en las esquinas concurridas, en las colonias proletarias, en las paradas del transporte público, a la salida de la jornada laboral de los obreros en sus zonas fabriles, en todos y cada uno de los centros de trabajo y de reunión social.
Las acciones de agitación y propaganda fueron creciendo tanto en intensidad como en creatividad, dando por resultado que el Pliego Petitorio fuera ampliamente conocido por la población, así como para generar una decidida simpatía popular. Las brigadas se transformaron pronto no sólo en una forma de organizativa de lucha estudiantil, también en un vínculo comunitario que favoreció la empatía social, la identificación e incluso la incorporación de sectores populares a las movilizaciones.
Fue el infatigable accionar de los brigadistas lo que impulsó la creación de comités de apoyo a los estudiantes en: escuelas, sindicatos, centros de trabajo, colonias, mercados y oficinas del sector público. Fueron las brigadas quienes contrarrestaron la calumnia, la desinformación y la mentira que de manera casi unánime difundían los mal llamados medios de comunicación (prensa, radio y t.v.).
Impacto en la dimensión cultural
A 40 años de distancia es admisible afirmar que es en el ámbito de la conformación cultural en donde mayor impacto alcanzó la gesta del 68. Observamos hoy en el plano político un retroceso en lo alcanzado; por ejemplo, un porcentaje significativo de los dirigentes –subrayo los dirigentes- claudicaron de sus convicciones y hoy forman parte de la clase política, sea en calidad de diputado, senador, funcionario público o como parásito en la nómina de algún partido con registro. No son pocos los antiguos dirigentes quienes incluso ahora sirven como abyectos patiños de la ultraderecha en el poder.
La movilización estudiantil-popular alcanzó sus mayores logros en la dimensión cultural. La enorme cantidad de estudiantes –aún quienes no participaron de manera directa en las movilizaciones- transformaron su percepción del mundo, de la sociedad y de su inserción en ella. Años adelante esos jóvenes modificaron las conductas sociales anacrónicas y se dieron a la tarea de construir: familias menos autoritarias, relaciones de pareja igualitarias, la educación de sus hijos con mayores márgenes de libertad, relaciones de convivencia humana solidarias, una actitud crítica ante el discurso invariablemente demagógico de la case política y sus inmorales partidos, tolerancia ante la diversidad, respeto hacia las minorías, exigencia de mayor transparencia en el ejercicio de la función pública, respeto a la libertad de expresión y a las garantías individuales, así como la búsqueda de espacios alternativos de información, diversión y esparcimiento.
Entendiendo a la cultura como todo aquello que la actividad humana aporta a la naturaleza, el año del 68 le propinó varias vueltas a la rueda de la historia y colocó a nuestro país en la posibilidad de sepultar en el panteón de los recuerdos a la conducta cultural reaccionaria que aún arrastrábamos del siglo XIX. Estableciendo parámetros comparativos con las anteriores, la generación del 68 estuvo en el trayecto sí de alcanzar aquella consigna tan difundida entonces a nivel mundial: “Seamos realistas exijamos lo imposible”.
El 68: ¿cosa del pasado?
Para concluir el presente ensayo pregunto al lector: ¿Es posible que se repita otro 2 de octubre? ¿Es verdad, como se esfuerza en repetirnos todos los días la clase política y sus nauseabundos partidos, que arribamos ya a la “democracia mexicana”? ¿Tiene sentido 40 años después conmemorar, recordar y analizar lo sucedido en 1968? ¿Conserva vigencia el contenido central de aquellas movilizaciones?
Yo digo que sí. Desde la llegada al poder de la derecha en 1982 y la ultraderecha neocristera del bajío en el 2000, el país ha sufrido un significativo retroceso histórico, ideológico, político y cultural. Los logros de la Reforma, la Independencia y la Revolución están en peligro de fenecer por completo. La ultraderecha fundamentalista llegó al poder con ánimo de revancha y para recuperar todos lo que a su juicio son privilegios divinos que la “chusma le arrebató”.
La guerra que el capitalismo neoliberal y en particular en México la ultraderecha neocristera del bajío han emprendido en contra del pueblo trabajador, no sólo es un enfrentamiento en el campo económico, por encima de todo es una batalla a muerte en el terreno ideológico-cultural. La ultraderecha le apuesta además de al olvido, a imponer su forma de vivir e interpretar el mundo, su sistema de valores, sus hábitos y costumbres, su pensamiento mágico y la única religión que respetan: el dinero.
La repetición de la ultraderecha yunquista al frente de la Presidencia, marca el inicio de un nuevo período de contrainsurgencia, similar al que padecimos durante las décadas del 60 y 70. Es en este período de contrainsurgencia que proliferaron las organizaciones de ultraderecha, con un delirante discurso anticomunista y ligadas a la alta jerarquía católica, particularmente al Opus Dei, los Legionarios de Cristo y los Caballeros de Colón. Varios de los entonces jóvenes entusiastas anticomunistas, financiados por dólares gringos, hoy forman parte del gabinete de Fecal, de la ultraderecha panista y de las cúpulas empresariales. Dicho período costó cientos de vidas y representó un estancamiento prolongado en las condiciones sociales de la población. La consolidación de un estado de contrainsurgencia en el presente sexenio puede, sin exagerar, regresar a México a la década de los 40s.
La Dirección Federal de Seguridad (DFS), el Batallón Olimpia, el Estado Mayor Presidencial, la Brigada Blanca, el sanguinario BARAPEM y los halcones cumplieron cabalmente con su cometido: preservar al priísmo corporativo y al presidencialismo autoritario. El Campo Militar No.1, el Palacio Negro de Lecumberri, así como las cárceles y sótanos clandestinos de la DFS se llenaron con centenas de jóvenes estudiantes, dirigentes populares y luchadores sociales, quienes vieron cerrados todos los espacios legales para su participación ciudadana. Decenas de jóvenes fueron detenidos, torturados y aún desaparecidos por el único delito de repartir propaganda en alguna zona fabril, hacer una pinta o realizar un mitin relámpago. Una generación completa de luchadores sociales fue reprimida y aniquilada. Fueron literalmente obligados a exiliarse nacional e internacionalmente.
Al inicio de los 60s la izquierda mexicana no supo interpretar a cabalidad los síntomas que ya germinaban al huevo de la serpiente: el asesinato de Rubén Jaramillo, la brutal represión en contra de los ferrocarrileros y médicos; el asesinato de estudiantes y profesores en las Universidades públicas de Puebla y Guadalajara; la toma militar de la Universidad Nicolaíta en Morelia; el asesinato del prof. Arturo Gámiz y su comando guerrillero en Chihuahua; por mencionar sólo algunos ejemplos. En todos estos casos la intervención de la ultraderecha empresarial fue determinante.
El 2 de octubre de 1968, el 10 de junio de 1971; los asesinatos, los desaparecidos, las torturas; las familias y las localidades arrasadas en el Estado de Guerrero; más de 600 luchadores sociales desaparecidos, exiliados y perseguidos. Fueron el saldo visible de la mal llamada guerra sucia, es decir, del período de contrainsurgencia. Ayer fue Díaz Ordaz, hoy se llama Fecal, ayer fue Echeverría hoy se llama Mourillo; ayer fue la brigada blanca, el BARAPEM, los halcones y la DFS, hoy es la AFI, la PFP, el CISEN y los zetas. Ayer fue el delito de disolución social, ahora es el delito de ser pobre. Ayer fue el Yunque, hoy es de nuevo el Yunque.
El operativo contrainsurgente en Atenco, el pasado fraude electoral, la detención de dirigentes sociales en Oaxaca, la virtual supresión de las garantías individuales y la criminalización del descontento popular, ya no serán la excepción sino la norma. Otros rostros, otros nombres; un mismo discurso, un mismo propósito: el cerco y aniquilamiento de la resistencia, la insurgencia, la autodefensa y la rebelión legítimas del Pueblo.
Impunidad es el nombre del Poder. Porque la actual clase política podrá repetir hasta el cansancio que es ajena a los sucesos del 68 y aún hipócrita, mostrarse indignada. No caigo en el engaño. Es el actual titular del Ejecutivo quien brinda impunidad a los responsables de los crímenes, las torturas, las desapariciones y las arbitrariedades cometidas por el PRI-Gobierno. El entramado político, jurídico, militar y represivo que orquestó la masacre en la plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, permanece intacto, inmoralmente impune. Hoy Luis Echeverría Álvarez duerme plácidamente en su mansión de San Jerónimo, igual que lo hace el cretino de Felipe Calderón en Los Pinos. Tal para cual. La ultraderecha del PAN-PRI en mafioso amasiato cómplice, en contra de toda manifestación de rebeldía que busque el respeto de las libertades democráticas y una legítima aspiración de justicia social.
Si hacemos una cuidadosa revisión de cada uno de los 6 puntos del Pliego Petitorio descubriremos que ninguno de ellos se ha cumplido. Incluso la derogación del delito de disolución social, hoy virtualmente ha regresado con la reciente reforma al Código Penal Federal aprobada por el Congreso en el 2007. El movimiento estudiantil-popular de 1968 sigue vigente, porque continúan vigentes sus demandas.
Epílogo
A veces, tan sólo a veces, la historia pone a cada cual en su lugar. A 40 años de la muerte de Ernesto Guevara de la Serna, recuerdo aquella consigna tan coreada en las manifestaciones: “Che, Che, Che Guevara, Díaz Ordaz a la chingada”.
- Antonio Mora es sociólogo mexicano egresado de la UNAM.http://alainet.org/active/25768%E2%8C%A9=es
Cierto que el número de días al que alude el título es establecido de manera arbitraria, tan sólo es un recurso literario. En realidad el propósito del encabezado es destacar que la relevancia para la historia contemporánea de nuestro país del año 1968 no se restringe al 2 de octubre. La significación de dicho año reside en el contenido social de las movilizaciones, las enriquecedoras experiencias organizativas y la conformación ideológica que guiaron al movimiento estudiantil-popular.
Para efectos analíticos le fijaré los siguientes límites a dicho período: se abre el lunes 22 de julio cuando porros de las vocacionales 2 y 5 del IPN se enfrentan con estudiantes de la Preparatoria particular Isaac Ochotorena; y se cierra el jueves 5 de diciembre, cuando el Consejo Nacional de Huelga (CNH) decide disolverse para pasar a “otro período de movilización y organización estudiantiles, que pase por un reagrupamiento de fuerzas” (El Manifiesto a la Nación: 2 de octubre), esta vez centrando su actividad al interior de las distintas escuelas y facultades de educación media y superior a través de los Comités de Lucha.
“El presente es de lucha, el futuro es nuestro” habría entonces de ser el lema que orientó la actividad de estas instancias organizativas que funcionaron hasta mediados de la década de los años 70. Sacando cuentas en realidad hablamos de poco más de 130 días que cambiaron el rumbo del país, constituyeron algunas de las jornadas más relevantes del México contemporáneo y nos legaron lecciones de valentía, congruencia, imaginación y altura moral que hicieron de la generación del 68 acaso la más valiosa desde la generación juarista de la Reforma.
No es exagerado afirmar que dicho período es el hecho histórico más importante de la segunda mitad del siglo XX para México. La vida social, política y por encima de las anteriores, la dimensión cultural de nuestro país se modificó para siempre. En adelante el pueblo mexicano pero sobretodo sus estudiantes, sus jóvenes y los universitarios en general nunca más serían un sector sumiso, callado ni mala copia de adultos decimonónicos. Los rebeldes estudiantes en el ya mítico 68 mandaron al basurero de la historia al “sí señor”, lo que “usted diga” y la ridícula vestimenta de César Costa y su pandilla de ñoños bien portados.
Para fortuna nuestra es basta y diversa la producción de ensayos, libros y artículos que abordan dicho período El presente ensayo no aporta nada nuevo al respecto, anhela sí una recuperación histórica de estos casi 5 meses que conmovieron a México, bajo una óptica valorativa: recuperación de enseñanzas sociales; destacar las múltiples lecciones organizativas; ordenamiento de su contenido libertario y revolucionario; y la sistematización de su orientación creativa, gozosa, utópica y colectiva.
El movimiento estudiantil-popular del 68 es más, bastante más que la trágica matanza genocida del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco. Por encima de todo es una lección ética de valor colectivo, de aliento rebelde, de imaginación organizativa, de reto para el presente. Si ellos sembraron el “presente de lucha” a nosotros nos corresponde construir “el futuro” que ellos anhelaron. No más pero tampoco menos.
Inicios
Para ser precisos es el 6 de febrero de 1968 cuando es oportuno datar la génesis de dicho período, en esta fecha diversos contingentes estudiantiles realizan una marcha por la ruta de la libertad, organizada por la Confederación Nacional de Estudiantes Democráticos (CNED). El “heroico” ejército mexicano se cubre de gloria disolviendo a culatazos dicha manifestación.
Regresemos a nuestra fecha inicial: el 22 de julio cuando porros de la vocacional 2 y 5 del IPN se enfrentan en la Ciudadela con alumnos de la Preparatoria particular Isaac Ochoterena; el edificio de dicha escuela sufre daños menores. El origen del conflicto es confuso se habla que los causantes fueron las pandillas de los ciudadelos y los arañas. Al día siguiente el 23 hay una batalla campal en la que 300 granaderos agreden a estudiantes de las citadas vocacionales, tres horas dura el desigual enfrentamiento. El día 26 de julio se celebran dos actos públicos: uno organizado por la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos (FNET) para protestar por la violencia de los granaderos, el otro convocado por distintas fuerzas de izquierda para celebrar el aniversario de la Revolución Cubana. Al día siguiente es allanada la oficina del Partido Comunista y aprehendidos varios de sus militantes. El día 29 los estudiantes de la Preparatoria 7 de la UNAM bloquean la avenida de La Viga y secuestran a dos policías; en la zona de Nonoalco-Tlatelolco estudiantes de la voca 7 capturan camiones y bloquean avenidas; ese mismo día la Prepa 1 acuerda hacer un paro indefinido en solidaridad contra la violencia desmedida de los granaderos, igual postura asumen las vocacionales 2, 4 y 7. El 30 de julio los granaderos derriban de un bazucazo la puerta de la Preparatoria 1 de San Ildefonso, obra maestra del arte barroco, son heridos más de 400 estudiantes de las vocas 2 y 5 y alrededor de 1000 son detenidos. El 1 de agosto el rector de la UNAM, Javier Barros Sierra encabeza una manifestación de duelo por los estudiantes que para entonces ya habían sido asesinados y por la violación a la autonomía universitaria.
El jueves 8 de agosto en el auditorio Che Guevara de la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM se forma el Consejo Nacional de Huelga (CNH) con delegados de las escuelas y facultades de la UNAM, el IPN, las Normales, la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo, el Colegio de México, la Universidad Iberoamericana, la Universidad Lasalle y varias universidades de provincia. El CNH da a conocer su Pliego Petitorio de los seis puntos; el 13 de agosto se realiza la primera manifestación al Zócalo en la que participan alrededor de 200 mil personas.
Para el 27 de agosto el movimiento se encuentra en su cenit, ese día se realiza una gran manifestación con alrededor de 600 mil personas, quienes marchan desde el Museo de Antropología hacia el Zócalo (consideremos que 600 mil personas en el México de 1968 equivaldrían a 1 millón 600 mil personas en el 2008). El resto es historia…
El presente apartado tan sólo establece que el origen del movimiento fue eminentemente defensivo, de resistencia ante la brutalidad policíaca y el desmedido uso de la fuerza pública en contra de los estudiantes por parte del autoritario sistema político del PRI-Gobierno ¿Cuál conjura comunista internacional para desestabilizar al régimen y frustrar los Juegos Olímpicos?
Referentes históricos
Un cúmulo de sucesos fueron despertando la conciencia social de la pujante clase media: en 1962 el frívolo Presidente López Mateos manda matar al dirigente campesino del estado de Morelos, Rubén Jaramillo, quien es asesinado junto con toda su familia por una gavilla de matones a sueldo; el 23 de septiembre de 1965 un grupo de nobles patriotas encabezados por el prof. Arturo Gámiz García asaltan el cuartel Madera en Chihuahua, inaugurando con este hecho la conformación de agrupamientos guerrilleros; entre 1967 y principios de 1968 en el Estado de Guerrero son fundados el Partido de los Pobres, al mando del prof. Lucio Cabañas Barrientos y la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR), encabezada por el prof. Genaro Vázquez Rojas. A todo lo anterior es pertinente agregar que en el plano de las ideas y el debate ideológico, apenas algunos años atrás el escritor José Revueltas había cimbrado los paradigmas de la entonces ortodoxa izquierda mexicana con su célebre Ensayo sobre un proletariado sin cabeza.
Comparto –en su sentido fenomenológico- la afirmación de diversos autores quienes bautizan al movimiento estudiantil-popular como la cruda de la clase media sesentera. Para decirlo en correcto castellano dicho movimiento expresa a cabalidad el estrepitoso final del desarrollo estabilizador alemanista, es decir, el fracaso del llamado “milagro mexicano”. Período que si bien arrojó resultados favorables en el plano del crecimiento económico (crecimientos anuales promedio del PIB del 6.5% durante las décadas del 50 y 60), éste se cimentó socavando al agro nacional, minando el carácter nacionalista del estado de bienestar, abriendo las puertas al capital privado en sectores estratégicos generando mayor dependencia hacia la economía gringa y en los hechos abandonando los postulados del período revolucionario que va de 1910 a 1917. El discurso priísta de la “revolución mexicana” llegaba a su fin.
El acelerado proceso de urbanización del país se asentó en un proyecto depredador de nuestros recursos naturales; en el virtual abandono del sector secundario de la economía, privilegiando a la obra pública beneficiaria de contratistas particulares; expandiendo y fortaleciendo al charrismo sindical corporativo; además de ir disminuyendo las garantías individuales de la ciudadanía, los derechos laborales de los trabajadores y aumentando los niveles de represión en contra de cualquier expresión de descontento popular.
Recordemos que una de las demandas centrales desde el inicio de las movilizaciones es la libertad de los presos políticos, mismos que se venían hacinando en las crujías de Lecumberri desde finales de los 50, como resultado de la brutal represión oficial en contra de las movilizaciones de: los ferrocarrileros, los maestros, los trabajadores de la salud, los asalariados de la administración pública, los trabajadores administrativos y académicos de diversas universidades del interior del país, así como de los luchadores sociales de las organizaciones y los partidos de izquierda.
Si bien es cierto que la clase media se había visto favorecida en su expansión demográfica y que el acceso al nivel de educación superior constituía una vía de ascenso social, estos efectos llegaron a su término a mediados de la década del 60. Como diría en 1970 con música el mismísimo Lennon… el sueño ha terminado .
Entorno internacional
Sumado a lo anterior es pertinente revisar el entorno internacional de la convulsa década del 60. En 1963 el criminal gobierno de los EE.UU. invade la República Dominicana; en 1964 da inicio el período de contrainsurgencia en América Latina con un golpe de estado en Brasil, abriendo así el nefasto período de dictaduras militares en prácticamente todo el centro y sur del continente americano; en abril de 1968 muere asesinado el reverendo Martin Luther King, líder del Movimiento por los Derechos Civiles en favor de los afroamericanos en el corazón mismo de imperialismo yanqui. En el campo socialista se recrudece la pugna Chino-Soviética; genera gran controversia la llamada Revolución Cultural en la China comunista de Mao Tse Tung; y genera enorme descontento mundial la invasión soviética a Checoslovaquia en 1968.
En el lapso nodal de la “guerra fría” (confrontación entre la URSS y los EE.UU.) el mundo vivía con esperanza el ascenso de las luchas de liberación nacional; las revoluciones anticoloniales en África y Asia; la resistencia interna en los EE.UU. en contra de la invasión a Viet Nam y contra la segregación racial; la llamada lucha generacional, la aparición visible de minorías gregarias –destacadamente el feminismo- y la conformación del fenómeno contracultural en el hemisferio occidental.
En particular para México el triunfo de la Revolución cubana representa un sólido impulso para las aspiraciones libertarias que para entonces ya se gestaban. Rememoremos que es en nuestro país en donde se reorganiza el núcleo dirigente que habrá de zarpar de las costas de Veracruz, para triunfar 3 años después al entrar a La Habana los barbudos encabezados por el Cmdte. Fidel Castro.
Mención especial merece el aporte humanista, filosófico y ético que Ernesto Guevara de la Serna hizo a la conformación de las izquierdas en Latinoamérica, para revitalizar la utopía socialista y reconocer lo que el Che bautizó como la construcción del hombre nuevo. Tan sólo unos meses atrás el Che había sido asesinado en su incursión al oriente boliviano y ya para entonces su figura constituía el emblema más paradigmático de la rebeldía juvenil en todo el continente.
Conviene destacar estas dos últimas variables del entorno internacional, ya que para el caso mexicano son más cercanos que las revueltas estudiantiles que ese mismo año se escenificaron en todo el hemisferio occidental, en particular el llamado mayo francés. Si bien es cierto que el ideario socialista en el mundo era un referente obligado en aquellos años, como el más estructurado y sólido pensamiento crítico opuesto al capitalismo, me aventuro al afirmar que las magnas movilizaciones sociales en el mundo, mayoritariamente postulaban un sentido revolucionario y de utopía libertaria más cercana a la psicodélica “paz y amor” hippie que a la ortodoxa “dictadura del proletariado” del marxismo-leninismo.
Algunas lecciones
Además de actualizar la memoria histórica –tan descuidada en la actualidad- resulta menester ir más allá de una revisión nostálgica, para aproximarnos a una recuperación valorativa que nos permita subrayar algunas lecciones, rasgos distintivos e interpretación analítica del significado histórico del movimiento estudiantil-popular de 1968 en México. A falta de espacio me concentro en 5 lecciones:
El papel del IPN. Como ya vimos líneas atrás, es en las escuelas del Politécnico en donde se inicia el movimiento. A lo largo de dicho período se distingue por su combatividad y disposición en todas las movilizaciones; es en el IPN en donde el ejército va a enfrentar la más férrea defensa para su ocupación, más de 12 hrs. les tomó ocupar sus instalaciones. La composición social de sus estudiantes (hijos de obreros y trabajadores de la construcción) y la zona popular-fabril en que se ubican sus instalaciones, en gran medida dieron este perfil al poli. Combatir y defenderse de las arbitrariedades oficiales, para los estudiantes politécnicos era desde antes cosa de todos los días. Era comentario generalizado entre los brigadistas externar: “en cuanto veía algún camión del poli me sabía protegido”.
Participación de las Vocacionales y las Preparatorias. Contrastando con las movilizaciones posteriores, en 1968 la decidida participación de los estudiantes de las vocas y las prepas fue altamente significativa tanto por su cobertura como por su combatividad. Acaso una aventurada hipótesis formulada a la distancia es que justo los más jóvenes estudiantes personificaron con mayor firmeza la ruptura generacional con sus padres, las aspiraciones rebeldes y su legítimo derecho para ser escuchados en una sociedad que insistía en darles un trato de adultos chiquitos y los confinaba al rincón de la habitación familiar o para ser meros repetidores del discurso conservador de sus progenitores.
Los jóvenes adolescentes en la década del 60 ya no se resignaron con estudiar la carrera que sus antecesores tenían predestinados para ellos. La voz de las vocas y las prepas se escuchó fuerte, tanto al interior de los mochos hogares católicos como en el espacio de una sociedad capitalina más informada, con mayor rango de instrucción escolar y cuestionadora del statu quo.
Vinculación popular. El desordenado proceso de urbanización-modernización generó la multiplicación de asentamientos irregulares, colonias populares y zonas semi-rurales en las inmediaciones de la capital. De pronto, el D.F. se pobló con una numerosa migración en busca de ingresos y generó fenómenos en los ámbitos de: la vivienda, el comercio ambulante, la dotación de servicios y la composición social-demográfica; que hizo visible la pobreza, la marginación, la desigualdad social, la discriminación racial y la superexplotación.
El poder autoritario priísta se esforzaba por mantener a la pujante clase media de las colonias Del Valle, Coyoacán y similares, encerrada en una idílica cápsula rosa, alejada de la conflictiva clase trabajadora y sus incómodas demandas de “justicia social”, “democracia” y “derechos laborales”. 1968 rompió con el reaccionario “orden y progreso”. Los estudiantes no sólo voltearon los ojos hacia el resto de la sociedad, en los hechos materializaron la vinculación con los sectores populares al acercarse primero, a la comprensión de esta realidad social y después desde el conocimiento directo de sus condiciones materiales.
Desde las escuelas y facultades se organizaron brigadas con estudiantes de Medicina, Leyes, Ingeniería, Veterinaria, Odontología y prácticamente todas las disciplinas, quienes asistían a las colonias proletarias y aún a comunidades rurales cercanas al Valle de México. Mención especial merece el trabajo de asistencia técnica, extensionismo y apoyo solidario establecido con la comunidad de Topilejo en la carretera hacia Cuernavaca.
La naturaleza misma de los 6 puntos del Pliego Petitorio dan cuenta de la intencionalidad del movimiento estudiantil: vincularse, articularse y generar una gran movilización estudiantil-popular que abriese espacios reales de democracia, que detuviese la creciente represión institucionalizada desde el Poder y castigo a los responsables de los crímenes perpetrados desde el Gobierno, en complicidad con los poderes Legislativo y Judicial; así como respeto al espíritu original de la Constitución. En particular, los estudiantes demandaban la abrogación de los artículos 145 y 145 bis del Código Penal (delito de disolución social), por ser violatorio de los artículos 6°, 7°, 9° y 14° de la Constitución, además de impedir el pleno ejercicio de la soberanía del pueblo consagrada en el artículo 39 de la Carta Magna.
La orientación no sólo gremial sino también generacional. Hasta antes de la década de los 60 no existía como tal la categoría sociológica denominada “juventud”. Los jóvenes pasaban de la adolescencia hacia la edad adulta, ya sea por la vía de su incorporación a la fuerza laboral, en el caso de los sectores populares, o transitando del hogar familiar hacia el altar, pasando por las aulas universitarias en el caso de la clase media y alta. Los jóvenes vestían como pequeños adultos, escuchaban la música de sus padres y tarde que temprano reproducían su esquema de valores, de costumbres y sus ritos sociales. De más está decir que heredaban la religión como se lega el color de la piel, el tipo de sangre y la composición genética. “De tal palo tal astilla” decían las abnegadas abuelitas del cine nacional, para consolidar la inevitabilidad de tal certidumbre.
La construcción de una contracultura generacional que diese voz propia a este rango de edad, motivó los cambios de convivencia humana más radicales de la segunda mitad de Siglo XX. En 1968 los estudiantes no sólo lucharon por mejoras en sus condiciones sectoriales, también y acaso por encima de todo, para hacerse escuchar, adquirir un rostro identatario y un espacio en la construcción cotidiana de la historia nacional.
En buena medida este fenómeno permite explicar la inédita alianza que se dio entre las universidades públicas y sus homólogas privadas. Codo a codo, voz con voz y conviviendo en las calles los estudiantes de la UNAM y el Poli compartiendo aspiraciones con sus colegas de la Ibero y La Salle. Algo que hoy parecería una anécdota de ciencia ficción posmoderna.
Formas de lucha y organización. Si alguna variable pone en evidencia los niveles de conciencia social y el alejamiento de la enajenación ideológica, son las formas de lucha y organización que adquiere el espontáneo descontento popular. Es en la dimensión organizativa en donde se obtiene: permanencia y continuidad, disposición de lucha colectiva, direccionalidad estratégica, intencionalidad social y definición conceptual. “Nuestras formas de lucha y organización –dice Antonio Gramsci- prefiguran el tipo de sociedad que anhelamos construir”. El voluntarismo y el prejuicio a todo tipo de organización tan sólo esconden la falta de compromiso y la carencia de responsabilidad social.
Si alguna lección de enorme valor comunitario arroja el movimiento estudiantil-popular de 1968, son sus imaginativas formas de lucha y las creativas instancias organizativas. Ninguna de las movilizaciones estudiantiles internacionales del 68 tuvo tan alto nivel organizativo y de tal calidad creativa,
como lo tuvo el mexicano, incluyendo el mayo francés (en Paris todos los estudiantes, profesores, intelectuales y algunos dirigentes obreros confluían en una asamblea semanal en la que entre todos acordaban las acciones y discutían en sesiones maratónicas, desde los discursos existenciales del maestro Sartre hasta el color del volante de la siguiente semana).
Desde los primeros días el movimiento estudiantil-popular mexicano tuvo un Programa único y una dirección colectiva, aceptados ambos de manera unánime. El Consejo Nacional de Huelga (CNH) estuvo conformado al inicio por 210 alumnos regulares, tres por cada escuela o facultad (70 en total), democráticamente elegidos en las asambleas. En cada escuela o facultad se constituyó un Comité de Lucha, instancia local de coordinación de las tareas establecidas, para las que se crean a su vez comisiones: elaboración de alimentos, prensa y propaganda, círculos de estudio, guardias, comunicación interna, seguridad, vinculación con sectores populares y actualización académica.
Así las iniciativas surgen en la deliberación de las asambleas, son llevadas al CNH éste las socializa en sus sesiones y las regresa a las escuelas en forma de directrices generales. Los delegados estudiantiles al CNH no son propiamente dirigentes sino representantes del impulso, la creatividad y las propuestas de sus representados. Nada se aprueba en el CNH sin antes ser analizado, debatido y aprobado en forma democrática por las asambleas. A lo anterior se sumó la Coalición de Profesores de Enseñanza Media y Superior pro-Libertades Democráticas.
Mención especial merece la forma de lucha y organización que constituyó con mucho el alma de la movilización: las brigadas. Las brigadas estudiantiles son formas organizativas de lucha conformadas por no más de 5 ó 6 personas que recorrieron toda la ciudad haciendo: pintas, pegas, mítines relámpago, escenificaciones y volanteo; en los camiones, en los mercados, en las escuelas de educación básica, en la entrada de las iglesias, en las esquinas concurridas, en las colonias proletarias, en las paradas del transporte público, a la salida de la jornada laboral de los obreros en sus zonas fabriles, en todos y cada uno de los centros de trabajo y de reunión social.
Las acciones de agitación y propaganda fueron creciendo tanto en intensidad como en creatividad, dando por resultado que el Pliego Petitorio fuera ampliamente conocido por la población, así como para generar una decidida simpatía popular. Las brigadas se transformaron pronto no sólo en una forma de organizativa de lucha estudiantil, también en un vínculo comunitario que favoreció la empatía social, la identificación e incluso la incorporación de sectores populares a las movilizaciones.
Fue el infatigable accionar de los brigadistas lo que impulsó la creación de comités de apoyo a los estudiantes en: escuelas, sindicatos, centros de trabajo, colonias, mercados y oficinas del sector público. Fueron las brigadas quienes contrarrestaron la calumnia, la desinformación y la mentira que de manera casi unánime difundían los mal llamados medios de comunicación (prensa, radio y t.v.).
Impacto en la dimensión cultural
A 40 años de distancia es admisible afirmar que es en el ámbito de la conformación cultural en donde mayor impacto alcanzó la gesta del 68. Observamos hoy en el plano político un retroceso en lo alcanzado; por ejemplo, un porcentaje significativo de los dirigentes –subrayo los dirigentes- claudicaron de sus convicciones y hoy forman parte de la clase política, sea en calidad de diputado, senador, funcionario público o como parásito en la nómina de algún partido con registro. No son pocos los antiguos dirigentes quienes incluso ahora sirven como abyectos patiños de la ultraderecha en el poder.
La movilización estudiantil-popular alcanzó sus mayores logros en la dimensión cultural. La enorme cantidad de estudiantes –aún quienes no participaron de manera directa en las movilizaciones- transformaron su percepción del mundo, de la sociedad y de su inserción en ella. Años adelante esos jóvenes modificaron las conductas sociales anacrónicas y se dieron a la tarea de construir: familias menos autoritarias, relaciones de pareja igualitarias, la educación de sus hijos con mayores márgenes de libertad, relaciones de convivencia humana solidarias, una actitud crítica ante el discurso invariablemente demagógico de la case política y sus inmorales partidos, tolerancia ante la diversidad, respeto hacia las minorías, exigencia de mayor transparencia en el ejercicio de la función pública, respeto a la libertad de expresión y a las garantías individuales, así como la búsqueda de espacios alternativos de información, diversión y esparcimiento.
Entendiendo a la cultura como todo aquello que la actividad humana aporta a la naturaleza, el año del 68 le propinó varias vueltas a la rueda de la historia y colocó a nuestro país en la posibilidad de sepultar en el panteón de los recuerdos a la conducta cultural reaccionaria que aún arrastrábamos del siglo XIX. Estableciendo parámetros comparativos con las anteriores, la generación del 68 estuvo en el trayecto sí de alcanzar aquella consigna tan difundida entonces a nivel mundial: “Seamos realistas exijamos lo imposible”.
El 68: ¿cosa del pasado?
Para concluir el presente ensayo pregunto al lector: ¿Es posible que se repita otro 2 de octubre? ¿Es verdad, como se esfuerza en repetirnos todos los días la clase política y sus nauseabundos partidos, que arribamos ya a la “democracia mexicana”? ¿Tiene sentido 40 años después conmemorar, recordar y analizar lo sucedido en 1968? ¿Conserva vigencia el contenido central de aquellas movilizaciones?
Yo digo que sí. Desde la llegada al poder de la derecha en 1982 y la ultraderecha neocristera del bajío en el 2000, el país ha sufrido un significativo retroceso histórico, ideológico, político y cultural. Los logros de la Reforma, la Independencia y la Revolución están en peligro de fenecer por completo. La ultraderecha fundamentalista llegó al poder con ánimo de revancha y para recuperar todos lo que a su juicio son privilegios divinos que la “chusma le arrebató”.
La guerra que el capitalismo neoliberal y en particular en México la ultraderecha neocristera del bajío han emprendido en contra del pueblo trabajador, no sólo es un enfrentamiento en el campo económico, por encima de todo es una batalla a muerte en el terreno ideológico-cultural. La ultraderecha le apuesta además de al olvido, a imponer su forma de vivir e interpretar el mundo, su sistema de valores, sus hábitos y costumbres, su pensamiento mágico y la única religión que respetan: el dinero.
La repetición de la ultraderecha yunquista al frente de la Presidencia, marca el inicio de un nuevo período de contrainsurgencia, similar al que padecimos durante las décadas del 60 y 70. Es en este período de contrainsurgencia que proliferaron las organizaciones de ultraderecha, con un delirante discurso anticomunista y ligadas a la alta jerarquía católica, particularmente al Opus Dei, los Legionarios de Cristo y los Caballeros de Colón. Varios de los entonces jóvenes entusiastas anticomunistas, financiados por dólares gringos, hoy forman parte del gabinete de Fecal, de la ultraderecha panista y de las cúpulas empresariales. Dicho período costó cientos de vidas y representó un estancamiento prolongado en las condiciones sociales de la población. La consolidación de un estado de contrainsurgencia en el presente sexenio puede, sin exagerar, regresar a México a la década de los 40s.
La Dirección Federal de Seguridad (DFS), el Batallón Olimpia, el Estado Mayor Presidencial, la Brigada Blanca, el sanguinario BARAPEM y los halcones cumplieron cabalmente con su cometido: preservar al priísmo corporativo y al presidencialismo autoritario. El Campo Militar No.1, el Palacio Negro de Lecumberri, así como las cárceles y sótanos clandestinos de la DFS se llenaron con centenas de jóvenes estudiantes, dirigentes populares y luchadores sociales, quienes vieron cerrados todos los espacios legales para su participación ciudadana. Decenas de jóvenes fueron detenidos, torturados y aún desaparecidos por el único delito de repartir propaganda en alguna zona fabril, hacer una pinta o realizar un mitin relámpago. Una generación completa de luchadores sociales fue reprimida y aniquilada. Fueron literalmente obligados a exiliarse nacional e internacionalmente.
Al inicio de los 60s la izquierda mexicana no supo interpretar a cabalidad los síntomas que ya germinaban al huevo de la serpiente: el asesinato de Rubén Jaramillo, la brutal represión en contra de los ferrocarrileros y médicos; el asesinato de estudiantes y profesores en las Universidades públicas de Puebla y Guadalajara; la toma militar de la Universidad Nicolaíta en Morelia; el asesinato del prof. Arturo Gámiz y su comando guerrillero en Chihuahua; por mencionar sólo algunos ejemplos. En todos estos casos la intervención de la ultraderecha empresarial fue determinante.
El 2 de octubre de 1968, el 10 de junio de 1971; los asesinatos, los desaparecidos, las torturas; las familias y las localidades arrasadas en el Estado de Guerrero; más de 600 luchadores sociales desaparecidos, exiliados y perseguidos. Fueron el saldo visible de la mal llamada guerra sucia, es decir, del período de contrainsurgencia. Ayer fue Díaz Ordaz, hoy se llama Fecal, ayer fue Echeverría hoy se llama Mourillo; ayer fue la brigada blanca, el BARAPEM, los halcones y la DFS, hoy es la AFI, la PFP, el CISEN y los zetas. Ayer fue el delito de disolución social, ahora es el delito de ser pobre. Ayer fue el Yunque, hoy es de nuevo el Yunque.
El operativo contrainsurgente en Atenco, el pasado fraude electoral, la detención de dirigentes sociales en Oaxaca, la virtual supresión de las garantías individuales y la criminalización del descontento popular, ya no serán la excepción sino la norma. Otros rostros, otros nombres; un mismo discurso, un mismo propósito: el cerco y aniquilamiento de la resistencia, la insurgencia, la autodefensa y la rebelión legítimas del Pueblo.
Impunidad es el nombre del Poder. Porque la actual clase política podrá repetir hasta el cansancio que es ajena a los sucesos del 68 y aún hipócrita, mostrarse indignada. No caigo en el engaño. Es el actual titular del Ejecutivo quien brinda impunidad a los responsables de los crímenes, las torturas, las desapariciones y las arbitrariedades cometidas por el PRI-Gobierno. El entramado político, jurídico, militar y represivo que orquestó la masacre en la plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, permanece intacto, inmoralmente impune. Hoy Luis Echeverría Álvarez duerme plácidamente en su mansión de San Jerónimo, igual que lo hace el cretino de Felipe Calderón en Los Pinos. Tal para cual. La ultraderecha del PAN-PRI en mafioso amasiato cómplice, en contra de toda manifestación de rebeldía que busque el respeto de las libertades democráticas y una legítima aspiración de justicia social.
Si hacemos una cuidadosa revisión de cada uno de los 6 puntos del Pliego Petitorio descubriremos que ninguno de ellos se ha cumplido. Incluso la derogación del delito de disolución social, hoy virtualmente ha regresado con la reciente reforma al Código Penal Federal aprobada por el Congreso en el 2007. El movimiento estudiantil-popular de 1968 sigue vigente, porque continúan vigentes sus demandas.
Epílogo
A veces, tan sólo a veces, la historia pone a cada cual en su lugar. A 40 años de la muerte de Ernesto Guevara de la Serna, recuerdo aquella consigna tan coreada en las manifestaciones: “Che, Che, Che Guevara, Díaz Ordaz a la chingada”.
- Antonio Mora es sociólogo mexicano egresado de la UNAM.http://alainet.org/active/25768%E2%8C%A9=es
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