A 40 años
■ “Pueblo mexicano: puedes ver que no somos unos vándalos”
El silencio, más elocuente que las bayonetas
■ “Pueblo mexicano: puedes ver que no somos unos vándalos”
El silencio, más elocuente que las bayonetas
Gustavo Castillo García
Ampliar la imagen La caricatura de Abel Quezada Palabras en reposo, publicada en Excélsior el 14 de septiembre de 1968, constituye uno de los mejores editoriales sobre la marcha del silencio y la respuesta estudiantil a la retórica vacía del gobierno de Díaz Ordaz
Cientos de miles de personas volvieron a salir a las calles el 13 de septiembre de 1968 para expresar que el silencio sería “más elocuente que las palabras que acallaron las bayonetas”, según señalaba un volante que repartieron los integrantes del Consejo Nacional de Huelga (CNH) ese día.
La marcha partió una vez más del Museo Nacional de Antropología a la Plaza de la Constitución. Aún estaba fresco el recuerdo de tanques ligeros y soldados que a bayoneta calada desalojaron a más de 3 mil estudiantes del Zócalo y de la zona aledaña a Palacio Nacional la madrugada del 28 de agosto.
De nada sirvió que el 12 de septiembre helicópteros sobrevolaran la ciudad dejando “caer volantes firmados por supuestas uniones y sociedades de padres de familia de la UNAM e IPN, en los que se recomendaba” a los jefes de familia impedir que sus hijos “participaran en la manifestación silenciosa, porque serían enfrentados con el Ejército”, refiere el libro El movimiento estudiantil de México, de Ramón Ramírez.
Tampoco que el Senado hubiera dado su “apoyo total” al presidente para que dispusiera del Ejército, la Fuerza Aérea y la Marina, “en defensa de la seguridad interna y externa de México, cuando fuera preciso”.
Los estudiantes ya habían “invadido los restaurantes, las salidas de las fábricas, los mercados, las casas, las tiendas, las aceras, los camiones, las bardas, la inmovilidad ciudadana; hacen cadenas de manos para convencer a los automovilistas, trabajan la noche entera sobre los mimeógrafos; pasan a máquina sus volantes; discuten con sus padres a la hora de la comida; empiezan a leer a Fanon y a Marcuse; pegan engomados, entablan conversaciones con los desconocidos, anhelan desmentir los infundios. Pueden ser torpes, reiterativos, enfáticos, ingenuos. Tienen en su favor una virtud básica: no dependen para su lealtad de otro argumento ajeno a la fe primera: democratizar al país”, señala Carlos Monsiváis en su crónica sobre la manifestación, recogida en el libro Días de guardar.
Ese 13 de septiembre, por la mañana –menciona el Libro Blanco del 68, de la Procuraduría General de la República (PGR)–, se celebró “un aniversario más del sacrificio de los jóvenes Héroes de Chapultepec, que en 1847 habían luchado contra la invasión extranjera. Los jóvenes oradores de la ceremonia cívica central los pusieron como ejemplo de virtudes patrióticas ante la juventud, exhortándola a deponer su rebeldía estéril y a unirse a la causa del progreso nacional.
“Esa misma tarde –agrega el documento de la PGR– el llamado CNH organizó otra manifestación masiva para presionar a las autoridades. Distintos articulistas de diferentes tendencias habían estado criticando en la prensa al movimiento estudiantil por considerarlo producto de una ‘imitación extralógica’ de otros, como los de Berlín y París, le censuraban el querer provocar una revolución socialista en México frente a un Estado democrático y revolucionario que busca por medios pacíficos el desarrollo económico y social del pueblo. Le reprochaban también que, hablando de luchar por las ‘libertades democráticas’, fueran los estudiantes quienes las hubiesen violado con sus actos de vandalismo, y con sus amenazantes e injuriosas manifestaciones, las cuales, despreciando a los héroes patrios como Morelos, Juárez y Zapata pasea grandes retratos del fracasado Che Guevara.
“Por todo ello la manifestación del 13 de septiembre obedeció a un cambio de táctica del consejo, pues tuvo carácter silencioso, y fue profusa en banderas nacionales (ya no se vio ninguna rojinegra) y en pequeños retratos de héroes mexicanos, aunque todavía algunas pancartas tenían pronunciamientos ofensivos antiolimpiada y repetían eslogans extranjeros”, refiere el Libro Blanco del 68.
No hubo cifras precisas sobre el número de manifestantes. Las estimaciones oficiales señalaron 180 mil, las extraoficiales y periodísticas van de los 300 mil al medio millón.
Carlos Monsiváis refiere que aquel día “el silencio es una estructura; el silencio articula el lenguaje de los manifestantes, de los preparatorianos arrancados del sueño de vivir en un país que se inicia en una rockola y termina en una discotheque; de los estudiantes del Politécnico conscientes ya de la falacia que les hacía ver la lucha de clases como la suma de fiestas fabulosas donde era inconcebible su presencia. El silencio organiza a quienes aceptan un ideal”.
Durante el recorrido, los estudiantes repartieron un volante en el que se leía: “Pueblo mexicano: puedes ver que no somos unos vándalos ni unos rebeldes sin causa, como se nos ha tachado con extraordinaria frecuencia. Puedes darte cuenta de nuestro silencio, un silencio impresionante, un silencio conmovedor, un silencio que expresa nuestro sentimiento y a la vez nuestra indignación”.
Ramón Ramírez relata en El movimiento estudiantil de México que “se pudo observar el más estricto orden y una organización perfecta. Los estudiantes y gente del pueblo en general portaban carteles en los que se propalaba: ‘Libertad a la verdad ¡diálogo!’, ‘El pueblo nos sostiene, por el pueblo es que luchamos’; ‘Líder honesto igual a preso político’; ‘Luchamos por los derechos del pueblo mexicano’; ‘¡Tierra para todos!’; grandes pancartas con las efigies de Morelos, Hidalgo, Villa y Zapata presidían la marcha estudiantil.
“Miles de gentes del pueblo, situadas en las aceras, formaron una enorme valla a lo largo de todo el recorrido de la manifestación; con sus aplausos y expresivas muestras de simpatía alentaban a los trabajadores, estudiantes y padres de familia, que en compactas filas proclamaban el cumplimiento de la Constitución. La austera y responsable actitud de los estudiantes y profesores, la decisión de la lucha del pueblo se manifestó con la mano en alto haciendo la V de ¡Venceremos!”, escribe Ramón Ramírez.
A las 9 de la noche toda la manifestación arribó al Zócalo, cinco horas tardó en salir el último contingente del Museo Nacional de Antropología.
Mientras avanzaba la marcha, en Chilpancingo estudiantes de la Universidad de Autónoma de Guerrero enviaban un escrito al presidente Gustavo Díaz Ordaz y al secretario de la Defensa, Marcelino García Barragán, solicitando que fuera puesto en libertad un teniente que estudiaba en la Facultad de Derecho y que fungía como profesor de educación física en esa escuela, porque había “sido detenido por órdenes del comandante de la 35 Zona Militar por insubordinación, al no informar a la superioridad con relación al movimiento estudiantil que se venía gestando en apoyo a los alumnos del Distrito Federal”, señalaba un reporte de la Dirección Federal de Seguridad.
En el gobierno, según el Libro Blanco del 68, “hubo quienes pensaron que esta manifestación era una renuncia a la violencia, pero otros acontecimientos simultáneos indicaban que, por lo contrario, era sólo una variación en la actitud hostil e intransigente de una minoría.
“En efecto –continúa el texto oficial—, el ‘poder estudiantil’ era ya dueño absoluto de los planteles de la UNAM y del IPN y actuaba dentro de ellos con absoluta independencia de todo lo nacional.
“El ‘Consejo’ (CNH) y la Coalición (de Maestros), por encima de las autoridades docentes o con su tolerancia, habían impedido que la menospreciada ‘base’ estudiantil asumiera sus responsabilidades.
“Las aulas de CU y Zacatenco eran exposición permanente de lemas y letreros revolucionarios, nítidamente marxistas y maoístas. El Aula Justo Sierra de la UNAM había sido rebautizada como Aula Che Guevara y otras ostentaban nombres de líderes socialistas y guerrilleros: Ho-Chi-Min (sic), Camilo Torres y Mao Tse-Tung, etcétera”, se asienta en el texto de la PGR.
La marcha terminó sin incidentes, pero “la suerte estaba echada. La estuvo desde el momento mismo en que los estudiantes en lugar de contener su acción dentro de los marcos de la simple actitud de defensa, plantearon la derogación del articulado fascista del Código Penal (los artículos 145 y 145 bis, del delito de disolución social)”, escribió al respecto José Revueltas, en el texto “Sobre el cuestionario de Mlle. Colette Hardy”, recogido en el libro México 68: juventud y revolución, publicado por Era.
Siguiente entrega: 18 de septiembre
Cientos de miles de personas volvieron a salir a las calles el 13 de septiembre de 1968 para expresar que el silencio sería “más elocuente que las palabras que acallaron las bayonetas”, según señalaba un volante que repartieron los integrantes del Consejo Nacional de Huelga (CNH) ese día.
La marcha partió una vez más del Museo Nacional de Antropología a la Plaza de la Constitución. Aún estaba fresco el recuerdo de tanques ligeros y soldados que a bayoneta calada desalojaron a más de 3 mil estudiantes del Zócalo y de la zona aledaña a Palacio Nacional la madrugada del 28 de agosto.
De nada sirvió que el 12 de septiembre helicópteros sobrevolaran la ciudad dejando “caer volantes firmados por supuestas uniones y sociedades de padres de familia de la UNAM e IPN, en los que se recomendaba” a los jefes de familia impedir que sus hijos “participaran en la manifestación silenciosa, porque serían enfrentados con el Ejército”, refiere el libro El movimiento estudiantil de México, de Ramón Ramírez.
Tampoco que el Senado hubiera dado su “apoyo total” al presidente para que dispusiera del Ejército, la Fuerza Aérea y la Marina, “en defensa de la seguridad interna y externa de México, cuando fuera preciso”.
Los estudiantes ya habían “invadido los restaurantes, las salidas de las fábricas, los mercados, las casas, las tiendas, las aceras, los camiones, las bardas, la inmovilidad ciudadana; hacen cadenas de manos para convencer a los automovilistas, trabajan la noche entera sobre los mimeógrafos; pasan a máquina sus volantes; discuten con sus padres a la hora de la comida; empiezan a leer a Fanon y a Marcuse; pegan engomados, entablan conversaciones con los desconocidos, anhelan desmentir los infundios. Pueden ser torpes, reiterativos, enfáticos, ingenuos. Tienen en su favor una virtud básica: no dependen para su lealtad de otro argumento ajeno a la fe primera: democratizar al país”, señala Carlos Monsiváis en su crónica sobre la manifestación, recogida en el libro Días de guardar.
Ese 13 de septiembre, por la mañana –menciona el Libro Blanco del 68, de la Procuraduría General de la República (PGR)–, se celebró “un aniversario más del sacrificio de los jóvenes Héroes de Chapultepec, que en 1847 habían luchado contra la invasión extranjera. Los jóvenes oradores de la ceremonia cívica central los pusieron como ejemplo de virtudes patrióticas ante la juventud, exhortándola a deponer su rebeldía estéril y a unirse a la causa del progreso nacional.
“Esa misma tarde –agrega el documento de la PGR– el llamado CNH organizó otra manifestación masiva para presionar a las autoridades. Distintos articulistas de diferentes tendencias habían estado criticando en la prensa al movimiento estudiantil por considerarlo producto de una ‘imitación extralógica’ de otros, como los de Berlín y París, le censuraban el querer provocar una revolución socialista en México frente a un Estado democrático y revolucionario que busca por medios pacíficos el desarrollo económico y social del pueblo. Le reprochaban también que, hablando de luchar por las ‘libertades democráticas’, fueran los estudiantes quienes las hubiesen violado con sus actos de vandalismo, y con sus amenazantes e injuriosas manifestaciones, las cuales, despreciando a los héroes patrios como Morelos, Juárez y Zapata pasea grandes retratos del fracasado Che Guevara.
“Por todo ello la manifestación del 13 de septiembre obedeció a un cambio de táctica del consejo, pues tuvo carácter silencioso, y fue profusa en banderas nacionales (ya no se vio ninguna rojinegra) y en pequeños retratos de héroes mexicanos, aunque todavía algunas pancartas tenían pronunciamientos ofensivos antiolimpiada y repetían eslogans extranjeros”, refiere el Libro Blanco del 68.
No hubo cifras precisas sobre el número de manifestantes. Las estimaciones oficiales señalaron 180 mil, las extraoficiales y periodísticas van de los 300 mil al medio millón.
Carlos Monsiváis refiere que aquel día “el silencio es una estructura; el silencio articula el lenguaje de los manifestantes, de los preparatorianos arrancados del sueño de vivir en un país que se inicia en una rockola y termina en una discotheque; de los estudiantes del Politécnico conscientes ya de la falacia que les hacía ver la lucha de clases como la suma de fiestas fabulosas donde era inconcebible su presencia. El silencio organiza a quienes aceptan un ideal”.
Durante el recorrido, los estudiantes repartieron un volante en el que se leía: “Pueblo mexicano: puedes ver que no somos unos vándalos ni unos rebeldes sin causa, como se nos ha tachado con extraordinaria frecuencia. Puedes darte cuenta de nuestro silencio, un silencio impresionante, un silencio conmovedor, un silencio que expresa nuestro sentimiento y a la vez nuestra indignación”.
Ramón Ramírez relata en El movimiento estudiantil de México que “se pudo observar el más estricto orden y una organización perfecta. Los estudiantes y gente del pueblo en general portaban carteles en los que se propalaba: ‘Libertad a la verdad ¡diálogo!’, ‘El pueblo nos sostiene, por el pueblo es que luchamos’; ‘Líder honesto igual a preso político’; ‘Luchamos por los derechos del pueblo mexicano’; ‘¡Tierra para todos!’; grandes pancartas con las efigies de Morelos, Hidalgo, Villa y Zapata presidían la marcha estudiantil.
“Miles de gentes del pueblo, situadas en las aceras, formaron una enorme valla a lo largo de todo el recorrido de la manifestación; con sus aplausos y expresivas muestras de simpatía alentaban a los trabajadores, estudiantes y padres de familia, que en compactas filas proclamaban el cumplimiento de la Constitución. La austera y responsable actitud de los estudiantes y profesores, la decisión de la lucha del pueblo se manifestó con la mano en alto haciendo la V de ¡Venceremos!”, escribe Ramón Ramírez.
A las 9 de la noche toda la manifestación arribó al Zócalo, cinco horas tardó en salir el último contingente del Museo Nacional de Antropología.
Mientras avanzaba la marcha, en Chilpancingo estudiantes de la Universidad de Autónoma de Guerrero enviaban un escrito al presidente Gustavo Díaz Ordaz y al secretario de la Defensa, Marcelino García Barragán, solicitando que fuera puesto en libertad un teniente que estudiaba en la Facultad de Derecho y que fungía como profesor de educación física en esa escuela, porque había “sido detenido por órdenes del comandante de la 35 Zona Militar por insubordinación, al no informar a la superioridad con relación al movimiento estudiantil que se venía gestando en apoyo a los alumnos del Distrito Federal”, señalaba un reporte de la Dirección Federal de Seguridad.
En el gobierno, según el Libro Blanco del 68, “hubo quienes pensaron que esta manifestación era una renuncia a la violencia, pero otros acontecimientos simultáneos indicaban que, por lo contrario, era sólo una variación en la actitud hostil e intransigente de una minoría.
“En efecto –continúa el texto oficial—, el ‘poder estudiantil’ era ya dueño absoluto de los planteles de la UNAM y del IPN y actuaba dentro de ellos con absoluta independencia de todo lo nacional.
“El ‘Consejo’ (CNH) y la Coalición (de Maestros), por encima de las autoridades docentes o con su tolerancia, habían impedido que la menospreciada ‘base’ estudiantil asumiera sus responsabilidades.
“Las aulas de CU y Zacatenco eran exposición permanente de lemas y letreros revolucionarios, nítidamente marxistas y maoístas. El Aula Justo Sierra de la UNAM había sido rebautizada como Aula Che Guevara y otras ostentaban nombres de líderes socialistas y guerrilleros: Ho-Chi-Min (sic), Camilo Torres y Mao Tse-Tung, etcétera”, se asienta en el texto de la PGR.
La marcha terminó sin incidentes, pero “la suerte estaba echada. La estuvo desde el momento mismo en que los estudiantes en lugar de contener su acción dentro de los marcos de la simple actitud de defensa, plantearon la derogación del articulado fascista del Código Penal (los artículos 145 y 145 bis, del delito de disolución social)”, escribió al respecto José Revueltas, en el texto “Sobre el cuestionario de Mlle. Colette Hardy”, recogido en el libro México 68: juventud y revolución, publicado por Era.
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