sábado, 13 de septiembre de 2008

Ajedrez geopolítico: el trasfondo de una miniguerra en el Cáucaso


Immanuel Wallerstein
Ajedrez geopolítico: el trasfondo de una miniguerra en el Cáucaso

Ampliar la imagen El presidente ruso Dimitri Medvediev (derecha) saluda al magnate del aceite Viktor Vekselberg, en presencia de Alexei, patriarca de la Iglesia Ortodoxa rusa, ayer en Moscú durante una ceremonia de bendición de las 18 campanas del monasterio Danilovsky. Las campanas seculares, vendidas por el gobierno soviético de José Stalin, fueron devueltas a Rusia por la estadunidense Universidad de Harvard a cambio de sus copias Foto: Reuters


En agosto el mundo fue testigo de una miniguerra en el Cáucaso, y su retórica fue apasionada aunque en gran medida irrelevante. La geopolítica es una gigantesca serie de juegos de ajedrez entre dos jugadores en que ambos buscan ventajas en su posición. En estos juegos, es crucial conocer las reglas actualizadas que gobiernan las jugadas. Los caballos no pueden moverse en diagonal.
De 1945 a 1989, el principal juego de ajedrez ocurrió entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Se le conoció como guerra fría y las reglas básicas fueron llamadas, metafóricamente, “Yalta”. La regla más importante tenía que ver con una línea que dividió Europa en dos zonas de influencia. Winston Churchill la llamó la “cortina de hierro” e iba de Stettin a Trieste. La regla era que sin importar qué tantos disturbios provocaran los peones en Europa, no debía haber enfrentamientos bélicos reales entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Al finalizar cada una de las instancias de disturbio, las piezas regresaban a su posición inicial en el juego. Estas reglas se cumplieron meticulosamente hasta el colapso de los comunismos en 1989, que estuvo marcado, muy notablemente, por la destrucción del Muro de Berlín.
Es perfectamente cierto, como todo el mundo lo observó en su momento, que las reglas de Yalta quedaron abrogadas en 1989 y que el juego entre Estados Unidos y la Rusia (de 1991) ha cambiado radicalmente. Desde entonces el principal problema es que Estados Unidos malentendió las nuevas reglas del juego. Se proclamó a sí mismo, y fue proclamado por otros, como la superpotencia única. En términos de las reglas de ajedrez, esto se interpretó como que Estados Unidos podía moverse por todo el tablero a su antojo y, en particular, que podía transferir los antiguos peones soviéticos a su esfera de influencia. En el régimen de Clinton, y más espectacularmente con George W. Bush, Estados Unidos procedió a jugar de este modo.
Había un problema con esto: Estados Unidos no era la única superpotencia; no era ya siquiera una superpotencia, para nada. El fin de la guerra fría significó que Estados Unidos fuera degradado: de ser una de las dos superpotencias pasó a ser un Estado fuerte en una verdadera distribución multilateral de poder real en el sistema interestatal. Muchos países grandes pudieron ahora jugar sus propios juegos de ajedrez sin consultar sus jugadas con alguna de las dos antiguas superpotencias. Y comenzaron a jugar así.
Dos importantes decisiones geopolíticas se tomaron en los años de Clinton. Primero, Estados Unidos pujó duro, y más o menos logró, incorporar como miembros de la OTAN a los antiguos satélites soviéticos. Estos países estaban ansiosos, ellos mismos, de entrar, aun cuando los países claves de Europa occidental –Alemania y Francia– estuvieran bastante renuentes de aceptar este curso de los acontecimientos. Consideraban la maniobra estadunidense como algo dirigido, al menos en parte, contra ellos, algo que buscaba limitar su recién adquirida libertad de acción geopolítica.
La segunda decisión clave de Estados Unidos fue convertirse en jugador activo en los realineamientos de límites al interior de la anterior República Federal de Yugoslavia. Esto culminó en la decisión de sancionar, y hacer cumplir con tropas, la secesión de facto que emprendió Kosovo de Serbia.
Aun con Yeltsin, Rusia no quedó contenta con estas dos acciones estadunidenses. Sin embargo, el desarreglo político y económico de Rusia en los años de Yeltsin fue de tal magnitud que lo único que pudo hacer fue quejarse, con bastante debilidad, debemos añadir.
El advenimiento en el poder de George W. Bush y Vladimir Putin fue más o menos simultáneo. Bush decidió impulsar la táctica de superpotencia única (Estados Unidos puede mover sus piezas como le plazca) mucho más que Clinton. En 2001, Bush se retiró de Tratado Antibalístico de Misiles firmado por Estados Unidos y Rusia en 1972. Luego anunció que Estados Unidos no ratificaría los dos nuevos tratados firmados en los años de Clinton: el Tratado de Prohibición Completa de 1996 y los cambios aprobados al tratado de desarme nuclear conocido como SALT II [segunda versión del tratado conocido como Strategic Arms Limitation Talks, diálogos para limitar las armas estratégicas]. Después Bush anunció que Estados Unidos avanzaría con sus sistema nacional de misiles defensivos [National Missile Defense].
Y por supuesto, Bush invadió Irak en 2003. Como parte de este conflicto, Estados Unidos buscó y obtuvo el derecho a establecer bases militares y a sobrevolar en las repúblicas de Asia central, que antes fueron parte de la Unión Soviética. Además, Estados Unidos promovió la construcción de ductos para transportar crudo y gas natural del Cáucaso y Asia central que evitaran pasar por Rusia. Finalmente, Estados Unidos entró en acuerdos con Polonia y la República Checa para establecer enclaves de misiles de defensa, ostensiblemente para protegerse de los misiles iraníes. Rusia, sin embargo, consideró que estos misiles estaban apuntados en su contra.
Putin decidió contestar el empuje con mucho más eficacia que Yeltsin. No obstante, como jugador prudente, maniobró primero para fortalecer su base propia –y le restauró una autoridad central efectiva y revigorizante a los militares rusos. En este punto, las mareas de la economía-mundo cambiaron y Rusia, repentinamente, se tornó en un controlador poderoso y rico no sólo en cuanto a la producción de petróleo sino del gas natural que tanto necesitan los países europeos.
De aquí en adelante Putin comenzó a actuar. Empezó a entablar relaciones con China para llegar a tratados. Mantuvo relaciones cercanas con Irán. Comenzó a empujar a Estados Unidos fuera de sus bases en Asia central. Y asumió una postura muy firme en cuanto a la extensión de la OTAN en dos zonas clave –Ucrania y Georgia.
La fractura de la Unión Soviética condujo a movimientos étnicos secesionistas en muchas de las antiguas repúblicas soviéticas, incluida Georgia. Cuando en 1990 Georgia intentó ponerle fin al estatus autonómico de sus zonas étnicas no georgianas, éstas se proclamaron estados independientes con gran celeridad. Nadie las reconoció pero Rusia les garantizó su autonomía de facto.
Los acicates recientes que condujeron a la actual miniguerra fueron dos. En febrero, Kosovo transformó su autonomía de facto en una independencia de jure. Esta maniobra fue apoyada y reconocida por Estados Unidos y muchos países de Europa occidental. En el momento, Rusia advirtió que la lógica de esta jugada se aplicaba de igual modo a las secesiones de facto de la antigua Unión Soviética. En Georgia, Rusia actuó de inmediato, por vez primera, para autorizar el establecimiento de relaciones directas con Osetia del Sur y Abjazia en respuesta directa a la independencia de Kosovo.
En abril de este año, Estados Unidos propuso en la reunión de la OTAN que se les diera la bienvenida a Georgia y Ucrania a un llamado plan de acción de membresía. Alemania, Francia y el Reino Unido se opusieron a esta acción, diciendo que esto provocaría a Rusia.
Para entonces, el presidente de Georgia, neoliberal y fuertemente pro estadunidense, Mijail Saakashvili, estaba desesperado. Se dio cuenta que la reafirmación de la autoridad de Georgia sobre Osetia del Sur (o Abjazia) se desvanecía para siempre. Así, aprovechó un momento de desatención ruso (Putin en las olimpiadas, Medvediev de vacaciones) para invadir Osetia del Sur. Por supuesto, el insignificante ejército de Osetia del Sur se colapsó por completo. Saakashvili confió en que eso le forzaría la mano a Estados Unidos (y de hecho a Alemania y Francia también).
Lo que ocurrió es que obtuvo la respuesta inmediata del ejército ruso que aplastó al pequeño ejército georgiano. Lo que obtuvo de George W. Bush fue retórica. Después de todo, ¿qué podía hacer Bush? Estados Unidos no es una superpotencia. Sus fuerzas armadas están trabadas en dos guerras en Medio Oriente, que va perdiendo. Y lo más importante de todo es que Estados Unidos necesita a Rusia mucho más de lo que Rusia necesita a Estados Unidos. El ministro ruso de Relaciones Exteriores, Serguei Lavrov, apuntó en un editorial de opinión del Financial Times que Rusia es “socio de Occidente en Medio Oriente, en Irán y Corea del Norte”.
Y en cuanto a Europa occidental, Rusia controla esencialmente su abasto de gas. No es casual que fuera el presidente Sarkozy, de Francia, no Condoleezza Rice, quien negoció la tregua entre Georgia y Rusia. La tregua contiene dos concesiones esenciales por parte de Georgia. Georgia se compromete a no utilizar ningún tipo de fuerza contra Osetia del Sur, y el acuerdo no contiene ninguna referencia a la integridad territorial georgiana.
Así que Rusia emerge mucho más fuerte que antes. Saakashvili apostó todo lo que tenía y ahora está en bancarrota política. Y como irónica nota al pie, Georgia, uno de los últimos aliados de Estados Unidos en su coalición en Irak, retiró sus 2 mil efectivos militares de Irak. Estas tropas jugaban un papel crucial en las áreas chiítas y ahora tendrán que ser remplazadas por tropas estadunidenses, que tendrán que retirarse de otras áreas.
Si uno juega ajedrez geopolítico, es mejor conocer las reglas, o se pierde mucho por las maniobras del contrincante.
Traducción: Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein

No hay comentarios: