domingo, 7 de septiembre de 2008

LITERATURA ARABE CLASICA





LITERATURA ARABE CLASICA:
La época de Muhammad, los primeros Califas y el periodo OmeyaRedacción Alif Nûn
El tiempo del Profeta Muhammad y los primeros Califas
Si bien el Corán ejerce una influencia decisiva sobre la totalidad de la cultura islámica en general, y la árabe en particular; en el terreno literario este influjo no parecía muy evidente a primera vista. Los poetas árabes continuaron prodigándose en estilos preislámicos y la naciente prosa era incapaz de imitar el “milagro” de la palabra de Allah. No obstante, el ideal islámico proporcionó una nueva visión del mundo y un ímpetu que necesariamente se hizo notar en todas las formas literarias, tal vez no en los estilos y la estética, pero sí en la prioridad de los temas tratados y en el enfoque de los mismos.
Cronológicamente, los árabes clasifican a los poetas del periodo arcaico en preislámicos[1] (yahiliyyun) e “híbridos” (mujadramun). Estos últimos pertenecen a la generación que vio nacer el Islam, fueran musulmanes o no, y por tanto se sitúan a caballo entre la yahiliyya y el periodo de la revelación coránica, estableciéndose como límite el año 661 d.C, es decir, el final del gobierno de los cuatro primeros califas, marcado por la muerte ‘Ali ibn Abu Talib.
El término mujadram supone de alguna manera una cierta diversidad con respecto a la producción literaria de la época preislámica, aunque esta diversidad sea debida en mayor medida a la contingencia histórica que a la estructura y temática poéticas, que continúan siendo en esencia las mismas. Los poetas jugaron un papel fundamental en la difusión de la nueva fe, aunque su actitud frente al Islam se perfila en este periodo de transición en tres posiciones:
- Paganos que se enfrentan a Muhammad o sus compañeros a través de la sátira.- Poetas, musulmanes y no musulmanes, que elogian a Muhammad.- Poetas, en su mayoría beduinos, que no abordan el tema de la religión.
El representante más emblemático del primer grupo es Abu Sufyan ibn Harb (m. 653), uno de los mayores enemigos del Profeta y aquél que le dirigió las más virulentas sátiras hasta su conversión al Islam en el año 630. El segundo de ellos, Labid ibn Rabi’a, está marcado por la leyenda de su longevidad, que situaría su muerte en 661, con más de cien años de edad. En el año 630, impresionado por la nueva religión, gestionó la conversión de toda su tribu al Islam, y desde entonces no volvió a escribir un solo verso. Se cuenta que el califa ‘Umar ordenó a al-Mugira, gobernador de Kufa, que preguntase a los poetas de la ciudad cuáles eran los poemas que habían compuesto desde el advenimiento del Islam, y cuando le llegó el turno a Labid, en lugar de un poema le recitó la segunda sura del Corán y afirmó que Dios le había cambiado su habilidad para escribir versos por la capacidad de aprender el Corán.
Antes de su conversión fue uno de los más apreciados poetas árabes de su época por su estilo natural y su léxico puramente beduino. Como muestra, algunos ejemplos:
Polvo de estrellas.-El hombre no es sino un meteoroque por un instante brillapara quedar después reducido a cenizas.Nobleza.-Para vituperarse a sí mismonadie como el hombre noble.El amigo integro, sin embargo,lo saca adelante.Longevidad.-Estoy harto de la vida, de lo larga que es, y de que me pregunten: ¿cómo estás, Labid? No me preocupa cuándo vaya a perecer. ¡Basta ya de vivir, basta ya con una vida tan larga que ¿cómo no iba a cansarme?! Se han ido todos aquellos cuya vida compartí y me he quedado solo como un sarnoso.
Entre los poetas que elogiaron a Muhammad cabe destacar, entre los musulmanes, a Hasan ibn Tabit o Ka’b ibn Zuhayr, y entre los de otras confesiones podemos citar el caso de al-A’sa Maymun de Qays. El primero de ellos, Hasan ibn Tabit, pertenecía a la tribu medinesa de Jazray. Nació en 563 y fue hermano de Zaid ibn Tabit, que más tarde sería el recopilador del Corán bajo el mandato del califa ‘Uzman. En 622 se convierte al Islam y pasa de ser poeta de tribu a cantor de Muhammad y sus seguidores, además de dar réplica a las sátiras que contra el Profeta componían los poetas paganos, en especial Abu Sufyan. Los siguientes versos son una muestra de su poesía:
La gloria del sur.-En tiempos de la idolatría tuvimos la realeza.Fuimos los primeros en seguir la recta senda,en defender al Profeta,en erigir como conducta la nobleza.Réplica a Abu Sufyan.-Haz llegar, a Abu Sufyan, de mi parte, un mensaje,que deje las cosas claras:satirizaste a Muhammad,pero yo respondo por él y ante Dios en este fragmento.¿Cómo te burlas si no estás a la altura?El peor de vosotros dos pagará por el mejor.Y mi padre, el padre de mi padre, mi propio honor,acudimos en defensa del honor de Muhammad.Muhammad.-¡De cuántos pesares aleja la calamidad con su espada de Elegido!Pues Dios otorga y concede con largueza.Entre vosotros no tiene igual ahora, ni antes, ni lo tendrá jamás.Tu elogio es mejor que muchos actosy tus actos, hijo de Hasim[2], más nobles son.
El segundo, Ka’b ibn Zuhayr, en un principio fue uno de los enemigos más activos del Profeta, hasta el punto de que los musulmanes llegaron a poner precio a su cabeza. Pero durante un viaje efectuado a Medina en el año 9 de la Hégira, se presentó ante el Profeta solicitando su perdón, aceptó el Islam y recitó a Muhammad un panegírico exaltándolo, a la vez que loaba el comportamiento de los muhayyirun[3]. Tras la recitación de la casida, Muhammad se lo agradeció cubriendo los hombros del poeta con un manto (burda) en signo de perdón, razón por la cual este poema pasó a conocerse con el nombre de al-burda. Este apelativo terminaría por dar nombre a un género de alabanza al profeta del Islam que alcanzó su máxima expresión en el siglo XIII con al-Burda de al-Busairi[4] (m. 1294) la cual, en contraste con el carácter beduino de inspiración preislámica de la obra de ibn Zuhayr, adopta el tono profundo y reflexivo característico de la literatura religiosa de su época.
Como muestra de la obra al-Burda de Ka’b ibn Zuhayr, reproducimos un extracto de la misma, compuesta de cincuenta y ocho versos:
[...] Se me ha dicho que el Enviado de Dios me ha amenazado;pero se puede esperar el perdón del Enviado de Dios.¡Poco a poco! ¡Guíete quien te ha hecho el regalo del Corán,que contiene exhortaciones y méritos!No me reprendas por las palabras de mis calumniadores;no he faltado, aunque sean muchas las habladurías.Estoy en tal situación que veo y oigo cosas que si las viera y oyera un elefante temblaría,a menos que recibiera la gracia del Enviado,con el permiso de Dios.He cruzado, sin descanso, el desiertoEscudado en el ala de la tiniebla,Mientras el vestido de la noche resbalaba.Hasta colocar mi diestra –y no la retiraré–en aquella mano que preside las venganzas,cuyo dueño cumple la palabra dada [...]
Al tercero de los representantes de este grupo, al-A’sa Maymun de Qays, se le atribuye una oda a la misión del Profeta. A pesar de no ser musulmán, en unos versos de reconocimiento elogia la labor religiosa llevada a cabo por Muhammad y su relevancia e impacto social.
Todavía cabe un tercer grupo de poetas, en su mayoría beduinos ya islamizados, que no reflejan en sus versos ningún aspecto relacionado con la nueva fe y se muestran más o menos indiferentes hacia la persona del Profeta. Entre ellos destaca al-Hutay’a (600-661), que se caracterizó por sus composiciones satíricas, aunque sin incurrir en el insulto ni la grosería, breves e improvisadas en metros cortos.
Probablemente marcado por su aspecto físico –su nombre, al-hutay’a, significa “el contrahecho”–, se prodiga en la autocrítica, lo que resulta inusual en los autores árabes de la época. Fue un continuador de la tradición de los poetas itinerantes de generaciones anteriores, pues ponía su talento al servicio de quien mejor retribuyera sus versos, lo que le obligaba a desplazarse continuamente de un lugar a otro. Durante el califato de Abu Bakr (632-634) protagonizó un episodio de apostasía, pero pronto regresó de nuevo al Islam, aunque este no fue el único acontecimiento escandaloso de su vida. Sus crueles sátiras, de las que incluso era objeto su propia madre, le costaron ser encarcelado en tiempos del segundo califa, ‘Umar ibn Jattab. Cuando éste lo reprendió a causa de sus poesías, al-Hutay’a le replicó que los versos satíricos le permitían mantener a sus hijos y le recitó un hermoso panegírico repleto de amor filial que consiguió conmover al califa y ponerlo en libertad.
Por último, uno de los más delicados poetas de la época fue una mujer, al-Hansa’, cuyo verdadero nombre era Tumadir. Como la mayor parte de las poetisas árabes, se prodigó en el género elegíaco, destacando por sus bellas composiciones dedicadas a la muerte de sus hermanos
El periodo Omeya
Entre los años 660 y 750 el Califato estuvo en poder de la dinastía Omeya. Más que un imperio musulmán, el califato Omeya fue un gobierno árabe, y este rasgo característico se dejó notar también en su literatura, la cual recibió una muy limitada influencia, tanto de la recién nacida religión musulmana como de la cultura del imperio persa o de la helenizada Siria, territorios éstos que fueron incorporados al Islam en los primeros años de expansión musulmana y que permitieron a los beduinos árabes entrar en contacto con las refinadas y milenarias civilizaciones del Asia Occidental.
La poesía del periodo Omeya aparece en íntima conexión con la música y el canto, artes que en el siglo VIII conocieron un gran auge en las ciudades del Hiyaz, sobre todo en Medina, por boca de cantantes de ambos sexos que la difundieron como una de las actividades lúdicas más placenteras. Esta relación entre música y poesía trajo como consecuencia la introducción del uso de metros más cortos que permitieran encajar la rima del poema con la melodía musical, lo que contrasta con el empleo casi exclusivo del metro largo durante el periodo preislámico o, un siglo más tarde, por los poetas de tendencia neoclásica.
La mayor parte de los poetas omeyas fueron continuadores de una poesía árabe preislámica que desde hacía más de un siglo ya constituía un género literario con sus propias reglas y perfectamente asentado en la Península Arábiga. No obstante, dos temas literarios adquirieron una particular importancia durante el periodo Omeya: el amor y la política.
Desde finales del siglo VII y hasta comienzos del VIII muchos beduinos musulmanes de la Península Arábiga se desplazaron como guerreros a Siria y a otros territorios recién conquistados y llevaron consigo la nostalgia por el desierto y el gusto por la antigua poesía. Ese regusto de añoranza por su tierra de origen dio lugar a una poesía amorosa que cantaba el amor platónico y casto (‘udri) a una sola mujer y el lamento por el dolor de la separación, en contraste con el amor sensual y desenfadado característico de la poesía árabe preislámica urbana. El marco sigue siendo el mismo –el desierto–, pero el tono deja de ser convencional y se convierte en un estilo íntimo, expresado con un lenguaje casto y elevado que sacraliza a la mujer amada y se recrea en su lejanía e inaccesibilidad, hasta llegar a la renuncia idealista al ser querido. Así, este tipo de poesía se conecta íntimamente con el amor platónico de los trovadores en la Europa medieval[5].
Los autores que se prodigan en este estilo de poesía por lo general se mantienen al margen de las rivalidades socio-políticas características del periodo Omeya. Provienen principalmente del Hiyaz o del norte de Yemen, de modo que el nombre de “poesía ‘udri” procede de la tribu de los Banu ‘Udrà, de origen yemení y establecidos en las cercanías del sur de La Meca.
Quizá el arquetipo de la poesía ‘udri sea el relato de Layla y Majnún. Según la leyenda, durante el siglo VIII vivió en Arabia un poeta beduino llamado Qays Ibn al-Mulawwah, de la tribu de los Banu Amir, a quien se le llegó a conocer con el nombre de majnún, –es decir, loco o poseso[6]– por haber enloquecido cuando su amada Layla fue obligada a contraer matrimonio con otro hombre. Aunque la tradición oral transmitió durante siglos los supuestos versos compuestos por el enamorado Majnún, es difícil certificar su autenticidad. Lo que es seguro es que el relato se convirtió en un auténtico clásico de la literatura árabe, para posteriormente incorporarse a la poesía turca y persa. A partir del siglo IX la leyenda de Layla y Majnún pasó a formar parte de los relatos pedagógicos de los círculos sufíes, representando de un modo alegórico la pasión amorosa del místico en su búsqueda de Dios[7] y, más tarde, autores como los persas Nizami en el siglo XII o Jami en el XV, recuperaron el mito adaptándolo a los requisitos del romance persa[8]. Aún hoy día, ha inspirado obras teatrales como la del egipcio Ahmad Sawqi, muerto en 1932.
[...] Aquí estoy en el camino de Dios, con un corazón torturadopor tu recuerdo, ¡oh, Layla!, que llena de emoción la mañana;¡Ah!, el amor de Layla está en mi sangrey la muerte lejana está próxima;en mi corazón, por efecto de la pasión, hay un ardorque quema mis costados y me inquieta,si lo que me sucede lo sufriera una piedra, se romperíaen pedazos y el viento se la llevaría;si mi aliento tocase el hierro, por su ardorel hierro se fundiría;si yo pidiese perdón a Dios todas las veces que te evoco,se me habrían perdonado todos los pecados; [...]
Entre los poetas ‘udríes más destacados cabe citar a Yamil Butayna, muerto en 710. El nombre de su amada, Butayna, aparece junto al suyo propio, estableciendo una costumbre que se hará extensiva a todos los poetas ‘udríes, que fueron conocidos como las célebres parejas de enamorados.
Inalcanzable.-De Butayma me doy por satisfecho [...]La esperanza que se queda en esperanza,la mirada furtiva,el año entero que pasa sin vernos...paseo mi mirada por el cielopor si acaso con la suya coincidiera.
Mientras los beduinos creaban el nuevo género de la poesía ‘udri, los habitantes de las ciudades de la región del Hiyaz, cuna del Islam, vivieron una prosperidad económica y una estabilidad social sin precedentes que, entre otras cosas, condujeron al nacimiento de una poesía mucho más “materialista” basada en el amor sensual (ibahi) y el erotismo, en la que los poetas cantaban los felices episodios de sus aventuras amorosas. Nace de este modo un nuevo género, el del poema amoroso (gazal), que refleja el próspero entorno urbano de la nueva sociedad árabe y que muestra una imagen muy alejada de una primitiva sociedad musulmana supuestamente sometida a los “estrechos preceptos” de la religión islámica.
Entre los poetas que cultivan el género ibahi destaca ‘Umar ibn Abi Rabi’a, hijo de un rico comerciante de La Meca. Conocido por su agraciado físico y por su elegancia, se dedicaba a cortejar con sus poéticos galanteos a las damas de la nueva aristocracia del Hiyaz. He aquí algún ejemplo de su obra:
Réplicas.-A una muchacha de formados senosInvité a tenderse, sin cojín, sobre la arena del desierto.“Así lo haré, aunque no sea mi costumbre”, dijo ella.Y cuando iba a despuntar la aurora me dijo:“Me has deshonrado. Ahora vete si quieres, o sigue,si así lo prefieres”.Pero no hice salvo sorber sus encíasy, entre charlas, besarla en la boca.Me llené de toda ella,me envolví en su vestido de seday a mis ojos dije: “llorad ahora”.Entonces se levantópara borrar con su manto las huellasy buscar las perlas del collar desparramadas.Charlas.-Desnuda un día por el calor, preguntó a sus vecinas:“¿me veis como él me ve o exagera acaso?Y riéndose entre sí le contestaron:“la persona amada a todos los ojos parece bella”.Por celos hablaron.Tan vieja como el hombre es la envidia. [...]
Otro destacado representante de este tipo de poesía fue Al-Walid ibn Yazid, califa omeya que tan sólo gobernó durante un año, de 743 a 744, y que murió asesinado. Amaba los placeres de la vida refinada y siempre se rodeó de cantantes y poetas de ambos sexos a los que protegía, componiendo él mismo sus propias poesías formadas por versos cortos muy rítmicos –fue el inventor del metro al-muytazz– de fácil adaptación para ser cantados y con un léxico sencillo y directo:
Un día me dijeron que Salma[9] había salido a rezar. Un gracioso pájaro miraba desde la rama y le pregunté: “¿quién conoce a Salma?”“Yo”, y se echó a volar.“Acércate a mí”.“Aquí estoy”, y bajó.“¿Has visto a Salma?“Sí”, huyó.Me hirió en lo más íntimo del corazón y voló.
Por último, y al margen la poesía amorosa, continua prodigándose una “poesía oficial” escrita por motivaciones políticas, caracterizada por las alabanzas al gobernante de turno y por la sátira (hiya’) dirigida hacia sus enemigos políticos. Practicada por poetas “mercenarios” que se vendían al mejor postor, este tipo de poesía representa una actividad literaria que arranca del periodo árabe preislámico, a diferencia de la poesía amorosa que, al menos en su modo de tratar el tema, constituye toda una innovación.
La sátira (hiya’) fue uno de los primeros géneros que se desarrolló entre los beduinos del desierto, ocupando un puesto destacado como expresión poética de la rivalidad política desde la época preislámica. Surge de un fondo común característico a todos los pueblos semitas según el cual la palabra está investida de un poder mágico capaz de desarmar al mejor enemigo cuando es pronunciada por un hombre inspirado, tal y como muchos poetas eran considerados[10].
Tres grandes poetas fueron los máximos representantes de la poesía satírica árabe: al-Ajtal (640-710), al-Farazdaq (641-730) y Yarir (653-732). Poetas protegidos por los gobernantes Omeyas, todos ellos cultivaron la naqida, poema en el que se rebate una sátira compuesta por el contrincante político, pero con la dificultad añadida de emplear la misma rima y el mismo metro usados por el rival.
Al-Ajtal, cuyo nombre significa “el insolente”, fue designado por los Omeyas para satirizar a los Ansar[11], tradicionales enemigos de los califas de Damasco. Se cuenta que alcanzó su posición dentro de la corte en tiempos del califa Omeya Mu’awiya, cuando éste se quejaba de que un ansar había satirizado a un habitante de La Meca. El califa no encontraba ningún poeta que respondiera a la sátira, a causa del respeto que los musulmanes tenían hacia los ansar, que habían acogido y protegido al Profeta. Sólo al-Ajtal, que era cristiano, accedió a condición de que el califa lo protegiera llegado el caso, y compuso el siguiente poema:
Los Quraysíes acamparon la tolerancia y la generosidadquedando la vileza bajo los turbantes de los ansar.Dejaos de grandezas pues no pertenecéis a esa clase.Coged más bien vuestras escobas, hijos de carpintero.
Al-Farazdaq, cuyo nombre significa “el patizambo”, destacó por el cultivo de la sátira en breves epigramas. Su poesía, de notable unidad de estilo, vive a caballo entre los valores beduinos y los de la nueva ética urbana. Cultivo tanto un cierto tipo de poesía amorosa:
En el blanco.-Una mirada impide vivir a los hombresy troca en enfermedad su buen hacer.Ella, que nunca sale, te salió hoy al encuentroy te rajó el corazón.Es como si al ver la mirada de las mujeres,el corazón de los hombres pasase a ser el blanco del dardo.
Como la ácida sátira contra sus enemigos. En este caso la tribu de los Kulayb:
Si se aventase la vileza de los Banu Kulaybya no nos guiaría el resplandor de las estrellas de la noche.Y si el día cobijase a los Banu KulaybSu vileza ocultaría la luz del día.Un kulaibi sólo se vuelve noblepara pedirle algo al vecino.
El último de los grandes poetas satíricos fue Yarir, quien entró al servicio del califa ‘Abd al-Malik (685-705) por influencia de su protector, el gobernador de Irak.
Secreta intención.-Si hubiera sabidoque el último encuentro contigoiba a ser el día de la partidahabría hecho lo que no hice.
Conclusión
Si bien el nacimiento del Islam, en sus primeras etapas, no afectó de forma significativa a la estética literaria del pueblo árabe, sí que alteró sus estructuras sociales y económicas y, sobre todo, proporcionó una nueva cosmovisión que modificó, en unos casos, el modo de enfocar los temas que tradicionalmente había abordado la literatura –en especial, la poesía– y, en otros, introdujo nuevos temas y géneros literarios que enriquecieron de manera notable el panorama literario y cultural del pueblo árabe.
NOTAS.-[1]Para más información sobre la literatura preislámica, véase Redacción Alif Nûn, Literatura árabe preislámica, revista Alif Nûn nº 29, julio de 2005 y Abdelatif Oufkir, Sociedad y cultura de la Arabia preislámica, revista Alif Nûn nº 36, marzo de 2006.[2]Muhammad pertenecía al clan de Hasim, tribu de Qurays.[3]Los muhayyirun o “emigrantes” fueron el grupo de creyentes que acompañaron al profeta Muhammad en su emigración (hégira) desde la Meca a Medina en 622, acontecimiento que marca el comienzo del calendario islámico.[4]Para más información, véase Shaij al-Busairi, al-Burda, el manto, Editorial Kutubia Mayurqa, Palma de Mallorca, 2001.[5]Para más información, véase José María Bermejo, “Amor lejano y muerte por amor”, en Revista Sufí nº 2, otoño/invierno de 2001, Editorial Nur, Madrid.[6]El vocablo árabe majnún procede de la misma raíz que jinn o yinn (genio), por lo que literalmente vendría a significar “poseído por los genios”.[7]Para más información, véase Ramón Mújica Pinilla, El collar de la paloma del alma: Amor sagrado y amor profano en la enseñanza de Ibn Hazm y de Ibn Arabi, Ediciones Hiperión, Madrid, 1990.[8]Véase Jami, Layla y Majnún, Editorial Sufí, Madrid, 2001.[9]Salma era su prima y esposa, que murió siendo aún joven.[10]Los enemigos del Profeta Muhammad lo consideraron en muchas ocasiones como un poeta, tal y como refleja el propio Corán. Véase Corán 21:5, 36:69, 37:36, 52:30 o 69:41.[11]Los ansar o “defensores” son el grupo de habitantes de Medina que acogieron en su ciudad al Profeta Muhammad y al grupo de musulmanes que emigraron con él desde La Meca en 622. Los Omeyas fueron una de las familias más influyentes de La Meca–eran parientes del tercer califa Uzman– y tras la muerte del Profeta en 632 mantuvieron una dura pugna con distintas facciones, entre ellos los ansar, hasta conquistar el poder en 661 y mantenerse en el mismo como una dinastía hereditaria hasta el año 750.
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